El dolor de Patrice de Bellefon
Alberto Martínez Embid
Quienes hayan tratado a Patrice de Bellefon, estarán de
acuerdo conmigo: es un pirineísta tan amistoso como vehemente, que siempre hace
gala de un gran corazón. Por ello, no les extrañará demasiado las líneas que,
sin gran preámbulo, me dispongo a servir. Aparecían en el número 28-29 de la
revista Altitude, correspondiente a los meses de noviembre y diciembre de 1964.
Para los profanos: en el órgano oficial del siempre puntero “Groupe Pyrénéiste
d’Haute Montagne”.
No corrían buenos tiempos para el pirineísmo. De hecho,
la sección “In Memoriam” de dicha revista era tristemente larga, con despedidas
a diversas personalidades de nuestro mundillo: Claude Valleau, Jacques Ronnet…,
y Alberto Rabadá. Pero dejemos ya que Patrice de Bellefon se encargue de
despedir al escalador de “Montañeros de Aragón” desde la vertiente norte del
Pirineo:
“Sabemos que el nombre de Alberto Rabadá resplandecía más allá de las
fronteras de su patria natal, España. Algunos de nosotros tuvimos la suerte de
vivir con él, e incluso de integrarnos en ocasiones en su misma cordada. Muchos
de nosotros pudimos acercarnos y conocerlo con ocasión de las reuniones de
nuestro Grupo [GPHM].
”Para todos éstos, el recuerdo que nos deja Alberto es,
primeramente, una impresión de haber tenido mucha suerte y todo un privilegio,
pues realmente fue una gran suerte enriquecedora la de haber conocido en vida a
un ser de esta amplitud, constituido mediante una alianza única de voluntad poderosa,
inteligencia y sensibilidad. Desde 1949, la montaña resultó el medio de
expresión de Alberto a través de un paciente aprendizaje de la técnica,
perfecciona y domestica las fuerzas que le impulsan.
”En 1952, seguro de sus fuerzas, comenzó a practicar la
escalada y muy deprisa, seguro de sus capacidades excepcionales y de su
técnica, para emprender, principalmente en esas difíciles montañas como son
Riglos, unas escaladas de gran envergadura.
”En 1953, con el hermano
de José Bescós [es decir, Manuel Bescós] y Ángel [López] Cintero, consiguió la
primera ascensión del Puro del Pisón, un logro que parecía en la época, como
dijo Rafael Montaner, ¡tan quimérico como querer ir a la luna!
”El servicio militar y unas dificultades profesionales,
lo alejaron durante cuatro años de las grandes ascensiones, pero Alberto no
quitó los ojos de sus montañas, y animado por una voluntad a toda prueba,
aprovecharía las menores ocasiones de descanso para entrenarse.
”Tanta paciencia y ardor hallarían su recompensa en 1957.
Fue a través de la victoria sobre la cara oeste del mallo Pisón, y después,
casi inmediatamente, con la segunda ascensión de la cara sur del Tozal. Desde
ese momento, la cara norte del Eiger entraría en el amplio horizonte de sus
proyectos, donde las grandes ascensiones pirenaicas ocupaban un lugar
importante. La segunda ascensión de la Gran Aguja de Ansabère por la cara
nordeste, la cara norte de la Torre de Marboré, la primera ascensión de la cara
norte del pico del Águila, la primera ascensión de la cara sur del mallo Fire,
la primera del espolón norte del Puro de Riglos y, finalmente, en 1961 y 1962,
el espolón este del Gallinero, el espolón sur del mallo Fire y la cara oeste
del Naranjo de Bulnes; las tres últimas, unas primeras ascensiones
especialmente largas y difíciles que todavía se clasifican entre las más arduas
realizaciones hasta hoy de los escaladores pirenaicos.
”Finalmente, en 1963,
Alberto abre una nueva vía en la cara sur del Tozal, una ruta poco conocida
aún, pero mucho más bella y más difícil que las dos precedentes. Tal era el
historial de Alberto, que puede resultar tan sorprendente como admirable ante
semejante prodigalidad de grandes logros, sobre todo si consideramos que a
Alberto le gustaba iniciar y conducir a los más jóvenes en la montaña: Rabadá
era generoso y les consagraba una gran parte de su tiempo libre.
”Rabadá, consciente del importante lugar que la montaña
ocupaba en su vida, terminó siendo un excelente cineasta y fotógrafo con la finalidad
de inmortalizar en imágenes todas sus emociones y aventuras. Es cierto que,
ayudado por su excepcional espíritu perseverante, Alberto logró en estos
dominios unas proezas que pocos habrían tenido la paciencia y el valor de
emprender.
”Para Alberto, el Eiger era sobre todo una muralla
magnífica como no existía en nuestras montañas. El Eiger era una montaña, si no
amable, al menos deseable, cuya simple visión en una postal espoleaba a ese
gran alpinista que era Alberto. Para él, era un terreno nuevo, una experiencia
nueva y, quizás, como en el fondo de los corazones de muchos alpinistas, una
confirmación de su maestría técnica y de su coraje; una consagración, en
absoluto de sí mismo, pues era demasiado modesto como para buscar en la montaña
el trazo pasajero de la gloria, sino por esas montañas a las que se había
entregado. Para ir hasta allí, hacía falta hacer grandes sacrificios, pues el
Eiger estaba lejos y sus vacaciones eran cortas. Hizo tres tentativas, una de
las cuales le conduciría hasta el Segundo Nevero, pero el mal tiempo la
arruinó, obligándole a descender, acabando con sus esperanzas…
”Apenas abajo, regresó el buen tiempo durante tres días,
por lo que volvió a salir poco antes de que el mal tiempo regresara allí,
amenazador. Alberto, inducido por el error de sus tres fracasos precedentes,
creyó que el sol iba a volver: dudó, reflexionó y…, ¡vamos allá, la decisión
está tomada!
”En ambientes montañeros
franceses y españoles, la muerte de Rabadá y de su compañero [Ernesto] Navarro,
fue objeto de numerosos comentarios que, muy a menudo, no atendían en absoluto
a su contexto excepcional, sin el cual era absurdo tratar de explicar el final
trágico de nuestro compañero Alberto y de su valeroso amigo [Ernesto], a quien
conocíamos menos. Para Jean Ravier, quien pudo apreciar toda la valía humana y
alpinística de Alberto cuando hicieron juntos la cara sudeste de la punta de
Jean Santé y la travesía [de las Cuatro Puntas] del Midi d’Ossau; para mí, que
viví cuatro días enteros en la montaña con él; para todos sus amigos…, el peso
doloroso de esta desaparición que nos consterna, es mucho más difícil de
soportar que de tratar de encontrar una vana y seguramente inexacta explicación”.
Lo dicho: a nadie habrá extrañado este sentido epitafio
que Patrice de Bellefon le dedicara en su día a Alberto Rabadá y, aunque más de
refilón, a Ernesto Navarro. En todo caso, sí que sorprenderá a quienes no supieran
de la proyección de la desaparecida cordada aragonesa allende los Pirineos…
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