Un joven José Ramón Morandeira atendiendo a Pablo Alcay y Alejandro Cortés, compañeros de expedición. José Ramón se sintió atraido por el mundillo de las expediciones. Tenía mucho que aportar. Nada menos que cuidar de sus compañeros, heridos o enfermos. ¡Muy bien, "J.R"!
Alberto Martínez Embid
Escritor y alpinista. Montañeros de Aragón
Jotaerre nos ha
dejado…
El pasado 4 de noviembre, nos dejó para
siempre el doctor José Ramón Morandeira. Quien, sin duda alguna, hubiera
reservado un hueco en su apretada agenda para tomar parte en el Homenaje a Alberto
Rabadá y Ernesto Navarro que desde esta tribuna se está preparando, tal y como
se lo solicitó Jesús Vallés. Tampoco se puede poner en tela de juicio que el
ahora desaparecido hubiera hecho un muy buen papel durante estas jornadas…
Por todos son bien conocidos los efectos de
la pluma afilada y mordaz de Jotaerre,
capaz de mostrar sin tapujos los aspectos más polémicos de nuestro deporte. A
modo de modesto recuerdo, sirvan unas exiguas líneas de su trabajo sobre la “Proyección
social del médico de una expedición”. De este modo nos lo contaba desde el Boletín número 39 de su club, Montañeros de Aragón, en el mes de octubre
de 1979:
“[…] No hay duda de que una expedición
representa una importante aportación económica para estas gentes, que repercute
en beneficios de una forma muy directa. Un porteador suele cobrar unas
doscientas cincuenta a trescientas pesetas por jornada de trabajo acarreando
treinta kilos de peso durante la marcha de aproximación. Con ello algunos
consiguen el dinero suficiente para vivir él y su familia el resto del año.
Claro, que no tienen problemas con el índice de coste de la vida ni con la
inflación. Pero si problemas de contrato laboral. Al efecto, se originan
reyertas entre ellos para estar incluidos en una lista que confecciona el
cacique del pueblo, según simpatías personales, inclusión que significa
automáticamente el cobro de una comisión de cada uno. Estas reyertas se hacen
extensivas entre los habitantes de los diferentes valles, dando lugar a riñas y
enemistades pseudotribales.
”¿Qué es el médico para estos hombres? ¿Qué representa? Es difícil
obtener una respuesta válida a estas cuestiones. Saben por otras expediciones
que entre nosotros hay uno que conoce las enfermedades, entendido en píldoras y
práctico en realizar curas. La noticia de su llegada se divulga rápidamente por
todo el valle. El médico es esperado, se le va a buscar o incluso se traslada
al enfermo desde otros poblados. El verdadero enfermo, el enfermo orgánico es
el que suele iniciar el contacto con el médico; después, tras éste, se precipita
una avalancha de otros enfermos o
presuntos enfermos o curiosos simplemente en busca de la píldora mágica y uno
se ve entonces desbordado por el gran número de pacientes a los que hay que
atender […].
”Para un hombre poco
instruido es difícil hacer una valoración subjetiva de su sintomatología y
expresar correctamente sus dolencias. Así, estos hombres valoran casi
exclusivamente el síntoma dolor; pero lo hacen de forma unívoca, olvidando o
desdeñando sus matices y el resto de la sintomatología que es lo que llega a
conformar un cuadro o entidad clínica concreta. Por experiencia sabemos que
esto ocurre también algunas veces en nuestro medio ambiente. ¡Qué distinto es
confeccionar una historia clínica a un paciente medianamente inteligente o a
otro prácticamente inteligente o a otro prácticamente analfabeto! Claro que en
ocasiones, esta incultura permite al médico actuaciones casi milagrosas. Recuerdo
el caso de un hombre que sangraba aparatosamente por una pequeña rotura de una
vena varicosa de una pierna, para cuyo tratamiento le habían colocado un torniquete
precisamente por encima del punto sangrante, lo que como es lógico, favorecía y
aumentaba la hemorragia con el consiguiente espanto y alboroto de cuantos se
encontraban alrededor, pues no hemos de olvidar que según frase gráficamente
aragonesa, la sangre es muy alparcera. No tuve más que retirar el
torniquete y comprimir ligeramente con un dedo sobre la vena sangrante para que
dejara de sangrar ante el aplauso, asombro y boato de los asistentes […]”.
Sin
duda alguna, todos vamos a echar de menos a Jotaerre.
Y mucho.
VENTANA DEL CORONA DEL MALLO (TELERA)
Fallido intento al Corona del Mallo 2.507 m (cima este de Peña Telera). El plan inicial era adiestrar a nuestro peculiar "cursillista" con piolet y crampones en uno de los corredores del Burrambalo o el Petruso pero allí no había nada de nieve. Se nos ocurrió intentar esta cumbre secundaria y visitar su espectacular "ventana". Tampoco pudo ser. El ritmo era insuficiente y a las dos de la tarde, a cien metros de la cumbre, se le despegó la suela de la bota al amigo Joaquín.
Por suerte pudimos apañarla con una cinta.
Ventana de Peña Telera.
Ameli va renqueándo un poquillo con su rodilla. No la quiere forzar demasiado. Es tarde y decidimos descender pòr la canal de Furcunfiecho. Hace un frio atroz y Lorenzo nos mete prisa.
Emprendemos la bajada pero nos equivocamos de canal. Por fortuna los cortados se pueden esquivar y llegamos todavía con luz a la capilla Santa Elena de Biescas (950 m)
Por fortuna el cortado se pudo sortear.RESEÑA POSITIVA EN EL HERALDO DE HUESCA.
LA ÉPOCA DE LAS GRANDES ESCALADAS
(1953-1960)
Reproducimos ahora una serie de relatos rescatados de los boletines del club Montañeros de Aragón. Cincuenta años más tarde incluso los alpinistas y escaladores de alto nivel se percatarán del tremendo coraje de aquellos pioneros. Empezaremos por un relato anónimo de la primera ascensión al Puro de Riglos.
Es por todos conocida la situación de los Mallos de Riglos. En el extremo
occidental de la sierra de Loarre, a cien kilómetros de Zaragoza, y dominando
el simpático pueblecillo de Riglos, se desarrolla una larga serie de
majestuosos monolitos; el más importante de todos es el Mallo Pisón, colocado encima mismo de la iglesia, que parece
peligrar bajo su enorme mole.
Y, en un flanco del gigantesco Pisón, que con sus trescientos metros vertiginosos parece un poco
rechoncho por la extremada regularidad de su mole, sale a modo de hijuela una
esbelta aguja, de ciento setenta metros de altura, de los cuales ciento veinte
están unidos al Pisón, y los
cincuenta restantes se yerguen limpiamente en una verticalidad que parece
inestable... Es el Puro, con cuya
conquista han soñado muchos y buenos escaladores, tres de los cuales han rendido
el valioso tributo de su vida al pie del Pisón:
Mariano Cored y Víctor Carilla que perecieron en la empresa, y Manuel Bescós
que, después de haber conquistado en dura batalla la anhelada presa, fue
vencido a su vez, otro día en el descenso del Pisón, al que había subido por la vía normal.
Pero dejemos las consideraciones a un lado, para
entrar en una detallada descripción de características, fechas, datos, etc.,
utilizando en parte el material facilitado por Manuel Bescós después de su
hazaña.
La roca que forma estos mallos es conglomerado
rojizo, característico en Riglos y muy poco frecuente fuera de esta zona.
Concretándonos al mallo que ahora se llama Francisco
Franco, la composición es del tipo de pudinga
fragmentosa con algún tramo de menos verticalidad de pudinga pugilario. El pudinga
o conglomerado se caracteriza en general por su color rojizo, bastante
abundante en presas y con muchas grietas para clavar, aunque a trozos está
excesivamente descompuesto por la presencia de arcilla entre los fragmentos de
roca, arcilla que los elementos atmosféricos van socavando. El tipo anagenita toma un color gris-pardo,
tiene extraordinaria dureza por haber mayor abundancia de caliza, y son muy
pocas las grietas que presenta para clavar. Su presa es muy pequeña, pero
extraordinariamente segura.
El primer intento fue realizado el día 13 de julio
de 1947, por una cordada del Frente de Juventudes de Huesca, formada por Cored,
Martí, Esquiroz y Asín. Comenzaron el ataque por el extremo sudoeste, ganando
unos treinta metros de altura, desde los cuales cayó el infortunado Mariano
Cored. Fue recogido y trasladado rápidamente al pueblo de Riglos, en gravísimo
estado, falleciendo poco después.
Este accidente frenó las actividades de los
escaladores durante un par de años. En 1950, realiza tres intentos el Grupo de
Escalada de Montañeros de Aragón, utilizando una grieta muy ancha que parte del
mismo suelo en la pared oeste, cuya grieta continúa hasta el collado que separa
el Pisón y el Puro. En el tercer intento, la cordada compuesta por Carilla, Serón
y Millán alcanzó cincuenta y cinco metros, después de salvar lo que parecía ser
la parte más difícil del comienzo: un fuerte extraplomo, muy descompuesto
además. Pero, poco después, el primero de la cuerda, Víctor Carilla, se vino
abajo con un gran trozo de conglomerado que se desprendió a su peso, partiendo
la cuerda y ocasionando el segundo trágico suceso. Era el día 7 de abril de
1950.
La escalada del monolito, que ya se tenía
conceptuada como muy difícil, creció en importancia a los ojos de los
escaladores, que la consideraron como el máximo objetivo que podía alcanzarse.
En el año 1953, entra en acción un grupo de
muchachos, encabezados por Manuel Bescós. Pertenecientes todos ellos al Grupo
de Escalada de Montañeros de Aragón y a la Escuela de Montaña del Frente de
Juventudes de Zaragoza, iniciaron una serie de tanteos en las dos vías abiertas
por Cored y Carilla, así como un efectivo entrenamiento. En mayo de dicho año,
se presenta en Riglos una cordada compuesta por Panyella, Ayats, Rosig y Salas,
que consiguen llegar hasta el mismo collado, pero tienen que abandonar la
empresa.
Un mes más tarde, llevan a cabo Bescós, Rabadá y
López su primer intento; tras cincuenta y dos horas de esfuerzos continuos,
tienen que abandonar también, a sólo quince metros del final, bajo los
chubascos que les azotan desde la tarde del día anterior.
Y, por fin, la victoria. Comienza a las cinco de la
tarde del día 12 de julio de 1953, la misma cordada que veinte días antes tuvo
que abandonar. Salvan treinta metros de altura, iniciando el ataque por la vía
Cored y pasando luego por una repisa horizontal a la grieta escogida por
Carilla, que tienen que remontar un poco más. Dejan todo el material colocado,
y dejan asimismo una pesada mochila con víveres y material. Un rápel los devuelve al suelo, marchando
al pueblo de Riglos a dormir.
A las siete de la mañana del día 13, reanudan la
lucha. Llevan otra mochila con agua, comida, sacos de dormir... Utilizando las
clavijas colocadas la víspera en los puntos necesarios, suben rápidamente por
una pared con pequeñas repisas superpuestas hasta alcanzar una cornisa
relativamente amplia, que flanquean hacia la izquierda, hasta la grieta que han
de recorrer en gran parte de su ascensión. Superan un fuerte extraplomo
mediante dos clavijas, una escarpa y una pitonisa, y se encuentran a treinta
metros, donde habían dejado la mochila el día anterior. Siempre por la grieta,
donde las escarpas entran con facilidad y seguridad y salvando varios
extraplomos, llegan a una amplia cueva, donde la cordada se detiene unos
momentos para descansar y tomar un pequeño refrigerio.
Esta cueva es, en realidad, un gran ensanchamiento
de la grieta que han venido siguiendo. Para superar el techo, casi horizontal,
justifican el calificativo de escalada acrobática que se aplica a las
ascensiones en Riglos. Comienzan con un paso de hombros para que el primero
pueda alcanzar la posición de ramonage L
y continúa horizontalmente, inmediato al techo de la cueva, sin casi grietas
para clavar, alternando con la posición de ramonage
X, según se presenta el citado techo, hasta salir al exterior y seguir
subiendo por la grieta que llega hasta el mismo collado que separa el Pisón y el Puro. Están en la máxima altura alcanzada por la cordada de los catalanes
dos meses antes, y como ya es noche cerrada preparan un vivac de circunstancias; llevan trece horas de dura escalada.
A la mañana siguiente, seleccionan el material que
han de emplear, y dejan el resto en donde han pasado la noche. A las ocho de la
mañana, comienzan la segunda parte por la pared interna, es decir, la que mira
al Pisón, durante unos siete metros
que están muy descompuestos, hasta colocarse debajo de una panza redondeada. El
Puro se compone ahora de una serie
ininterrumpida de balmas o panzas, de
fuerte extraplomo la mayoría, con una pequeña repisa inclinada entre una y otra
que, si bien permite un ligero descanso al primero de la cuerda, no admite al
segundo para que le ayude. Todo el monolito está aplastado por la cara que mira
al Pisón y por la opuesta, quedando
dos aristas llenas de muescas y salientes.
La primera panza o saliente, se salva saliendo la
cordada hacia la arista que mira al pueblo, que se ve a doscientos metros más
abajo como un Nacimiento de juguete.
Siempre por esta misma arista, alternan las panzas y los entrantes, sin que el
conjunto pierda verticalidad. La presa es segura, y sin grietas; tienen que
emplear estribos para colocar pitonisas,
rellenando previamente los intersticios entre las piedras con tacos de madera.
Las paredes presentan ahora escasísimas presas y además son casi nulas debido a
su extrema redondez. Tras varias balmas,
viene un trozo completamente vertical, liso, que es superado con relativa
facilidad y que termina debajo del gran techo final, máxima altura alcanzada en
el intento anterior. Las clavijas que habían servido días antes para sostener
las cuerdas mojadas en el primer rápel
de la retirada, aseguran ahora a la cordada, que se ha reunido para el último
ataque.
Asegurando el segundo, el primero de cuerda sube
sobre la doblada espalda del último y va clavando conforme se desplaza hacia
arriba en este enorme extraplomo, el mayor que han encontrado. No tarda en
quedar solamente colgado de las diminutas pitonisas
y sigue, centímetro a centímetro, sobre el vacío, mientras la roca va ganando
verticalidad hasta que, por fin, llega a la última cornisa; después de
asegurarse, ayuda a subir al segundo, que a la vez juntos atacan el trozo final
que, aunque bastante descompuesto, en contraste con lo que acaban de pasar, no
resulta tan difícil. Y, oscureciendo, llegan a la cima. Aseguran la subida del
tercero y, después de dar fervientes gracias a Dios, preparan el vivac, que se presenta sumamente
problemático, debido a que el espacio disponible es de unos tres metros
cuadrados y sin mucha horizontalidad.
Teniendo ante los ojos, por un lado el oscuro
paredón del Mallo Pisón, y por el otro el profundo abismo, pasan lentas las
horas esperando el amanecer.
Con las primeras luces del alba, depositan el libro
registro, bautizan el Puro y,
seguidamente, preparan el descenso. Con una escarpa y un anillo de cuerda,
lanzan el primer rápel de cincuenta
metros, que les deja en el collado, donde recogen el resto del material. De
allí, con otro rápel también de
cincuenta metros, llegan a la gran cueva, y lanzan un nuevo rápel, éste de veinte metros, hasta una
cornisa que hay que recorrer horizontalmente para, desde allí, con todas las
cuerdas, lanzar el último rápel hasta
el suelo, donde esperan a nuestros héroes sus compañeros y los vecinos del
pueblo, que han seguido ansiosos la escalada.
Son las diez de la mañana del día 15. Desde las
siete del día 13, que abandonaron el suelo firme, hasta este momento, son
cincuenta y una horas las que han transcurrido; sumando las dos horas empleadas
el día 12 por la tarde en preparar los treinta primeros metros, totalizan
cincuenta y tres horas de escalada: el coste de una empresa que tres meses
antes se hubiera tenido poco menos que imposible.
Los tres cansados escaladores, rodeados de la
merecida admiración de vecinos y compañeros, se dirigen a dar gracias a la
Virgen del Mallo por el favor que les ha dispensado. Y a la salida, en las
mismas escaleras de la iglesia, se encuentran con los escaladores catalanes que
vienen a conquistar el Puro creyéndolo intacto todavía, y que por los vecinos
del pueblo se han enterado que ya está conseguida la primera escalada. Unos
comentarios sobre la vía seguida, dificultades habidas, etcétera..., y nuestros
escaladores se dirigen a tomar un bien ganado descanso, regresando por la tarde
a Zaragoza.
En
los dos días siguientes, Jorge Panyella y sus acompañantes efectúan la segunda
ascensión. Se dio así la curiosa circunstancia de que el Puro,
considerado como inaccesible durante muchísimos
años, se vio vencido dos veces en el transcurso de la misma semana.
Bonita ascensión en el intento de culminar El Corona del Mallo en Telera. Paisaje fuerte, muy fuerte ¿ será por eso que los montañeses que habitamos este maravilloso pirineo tenemos también el carácter fuerte ? Siempre he creido que el carácter de las personas que habitan en una determinada zona geográfica, mimetiza su orografía, asi que quizás será por eso..
ResponderEliminarLorenzo está con una fuerza brutal, Jesús siempre responde fenomenal, Joaquín sigue perfectamente, Amelia, a pesar de su rodilla tocada, va bastante bien, y yo, pues no tanto, y es que, como me llama cariñosamente, mi exigente monitor, y sin embargo buen amigo Jesús, soy un cursillista, bueno, mejor sería decir "su cursillista". Se nota que llevo menos de una año haciendo alta montaña y como dice el paciente Lorenzo, la alta montaña es otro deporte diferente al footing y al senderismo, que son mis deportes de toda la vida.
La subida se me hizo muy dura y, con seguridad, sin mi lastre y sin el problema en la suela de la bota de Joaquin, hubieran hecho cumbre, pero decidieron, con una generosidad estraordinaria, que todos o ninguno ¡¡ chapeau !!
La bajada fué, tal y como como relata Jesús, muy dura, pero ahi ya no tengo problemas y sigo, junto a Amelia, los pasos de Lorenzo, sin mayor inconveniente y a buen ritmo.
No conocía ni a Amelia ni a Lorenzo ni a Joaquín. No pudimos hacer cumbre pero, por encima de todo, y es lo que más me interesa, valió la pena este intento, porque disfruté de la dulzura de Amelia, animándome, de los consejos y la paciencia de Lorenzo, enseñándome y de la eficacia y la educación de Joaquín, acompañándome. Tres personas realmente encantadoras. De Jesús, qué decir, es mi "profe" y tendrá que enseñarme a practicar este deporte, sí o sí. Y sé que lo hará.
Gracias a los cuatro por ser tan buenos compañeros. Volveremos a vernos y os seguiré, ya lo creo que os seguiré, un poco más lento que vosotros, pero haremos cumbre todos.
Un saludo muy cordial. Toño
Hay que ver lo que dió de sí la primera ascensión del mallo "Francisco Franco", bautizado así por los primeros ascensionistas y popularmente conocido como el "Puro de Riglos".
ResponderEliminarHola Jesús!
ResponderEliminarDarte las gracias por la atención e interés, hacía los compañeros de montaña ya sabes que puedes contar con nosotros siempre, un fuerte abrazo.
Lorenzo.