Homenaje a los escaladores Alberto Rabadá y Ernesto Navarro, en el cincuenta aniversario de su muerte en la cara norte del Eiger.

LA ASISTENCIA AL HOMENAJE ES LIBRE Y NO HAY NINGÚN INCONVENIENTE EN QUE, QUIEN LO DESÉE, PUEDA CENAR CON SUS PROPIOS ALIMENTOS AUNQUE PARA HACERLO EN EL CATERING DEL PABELLÓN ES IMPRESCINDIBLE LA RESERVA CON 25 EUROS.

¡NO FALTEIS, OS ESPERAMOS EN MEZALOCHA!



lunes, 23 de julio de 2012

ALBERTO RABADÁ EN EL RECUERDO




Apuntes sobre Alberto Rabadá
Alberto Martínez Embid

            En Montañeros de Aragón más que en ningún otro lugar, las figuras de Alberto Rabadá y Ernesto Navarro constituyen auténticos mitos. No resulta extraño que, durante añadas, se puedan recopilar las más variadas anécdotas sobre la personalidad de los componentes de la célebre cordada aragonesa. En el curso cualquier conversación con quienes les trataron, afloran de un modo natural mil peripecias con las que conformar el perfil de estas dos “máquinas de escalar”. Muy especialmente sobre Rabadá: en el recuerdo colectivo del Club permanecen muy vivos su alegría, sus bromas, su irrefrenable energía o su pasión absoluta por lo vertical. No en vano, el socio número 1.092 de “Montañeros” ingresó en dicha entidad en abril de 1957, participando con frecuencia en su vida deportiva y social…
            Hacia 1997, me decidí a solicitar un retrato a diversas personas del núcleo cercano de estos escaladores. Deseaba publicarlo en el Boletín de Montañeros de Aragón, que entonces todavía se editaba “a papel”. Mi sorpresa resultó mayúscula cuando llegaron las excusas. Aunque envueltas en amables palabras, siempre con sus inamovibles negativas. Así comprendí que escribir sobre los mitos, cuando éstos se hallan tan cercanos a nosotros en el tiempo, plantea barreras complicadas de superar.
            Cuando ya daba el tema por cerrado, acerté a hablar con Amelia Roy, la viuda del escalador jacetano Rafael Montaner. Con su amabilidad habitual, se comprometió a redactarme unas líneas sobre ese Alberto Rabadá que ella tan bien conociera. El resultado fue un retrato entrañable y vívido que sobrepasó todas mis expectativas. Sería publicado dentro del Boletín de Montañeros de Aragón número 55 de la III Época, correspondiente a octubre-diciembre de 1998. A despecho de tratarse de un artículo que ha sido citado por diversos trabajos sobre nuestros evocados trepadores, parece oportuno reproducirlo de nuevo. Con su “Alberto Rabadá”, Amelia construyó una entrañable semblanza del amigo de su asimismo desaparecido esposo:

Relato de Amelia Roy

“Me piden que cuente algo sobre Rabadá, pero que no sea ni de escalada ni de montaña, pues de eso ya hay mucho escrito. En su recuerdo, que nos dejó hace tanto tiempo, y de otra persona para mí muy querida que también se fue, que convivieron y lucharon juntos día a día por aquello que querían, rebuscaré en el baúl de los recuerdos (como dice la canción) y sacaré lo que pueda.
”Alberto era una persona estupenda. Desde mi punto de vista de mujer, un hombre guapo, de cara angulosa, unos ojos que taladraban al mirar, boca bien dibujada bajo la sombra de un espléndido bigote del que presumía. Sus manos eran grandes y fuertes. Toda su persona desprendía una fuerza especial, no sólo física, sino afectiva. Reía con toda su alma de las cosas buenas o malas que le pasaban.
”Venía muchos sábados a comer con Rafael, y al principio le decía que me avisaran, no para preparar más comida, que había suficiente, sino para que preparase pan, pues no he visto en mi vida persona que untase más pan, en todo tipo de guisos. Mi marido decía: ¡Éste mojaría pan en un charco!. Nada tenía de extraño verle aparecer con un enorme pan bajo el brazo cuando sabía que la comida se prestaba a ello.
”No diré si era el mejor o el peor escalador de los que formaban el grupo de amigos, pero sí puedo asegurar que era el que mejor bailaba. Recuerdo un baile que hicimos para recibir a Pepe Díaz y a José Antonio Bescós al regreso de la primera expedición de 1961. Estábamos en el chalé de unos amigos y pasábamos la noche allí, para seguir la fiesta al día siguiente. Nos pusimos de acuerdo todas las chicas en que a Alberto no le dejaríamos pasar ni un minuto sin bailar, para cansarlo al máximo. Y así fue. Serían las cuatro de la mañana, cuando dormía como un leño en un rincón del jardín, momento que aprovechamos las féminas para teñirle de rubio platino su flamante bigote.

”En otra ocasión, me pidió que le hiciera un pollo con tomate, que era lo que más le gustaba, pues quería marcharse a escalar a la Peña de Don Justo con una niña. Y nunca mejor dicho: la niña en cuestión tenía dieciséis años. A nosotros nos parecía una tontada, pero él estaba entusiasmado. Cuando el lunes vino al taller y le preguntamos, nos dijo echándose a reír: Nada más bajar del tren, se ha ido con un chico de su edad que nos hemos encontrado. Yo le comenté: Está visto que no aprenderás nunca. Si te hubieras llevado una chica de tu edad, la hubieras hecho la más feliz del mundo y, encima, ella habría puesto la comida. Pero eres como eres.
”Cuando vino a despedirse antes de partir hacia el Eiger, la última vez que lo vimos, su aspecto era un poco patético: llevaba el pelo muy mojado y la cara como de no haber dormido en toda la noche. Te entraban deseos de cogerlo como a un niño pequeño cuando lo sacas del baño y frotas con una toalla para secarlo bien y darle calor. Se fue, y pasó lo que pasó. Era un hombre que vivía al límite.
”Hoy sus risas ya se han perdido, pero estoy segura de que cuando los dos cogieron la senda del Más Allá, cargados con todos los sedimentos que la vida había depositado en ellos, hablarían como otras tantas veces lo habían hecho […]”.
En cuanto a Ernesto Navarro… Obtener unas líneas que reflejaran su personalidad iba a resultar una labor algo más sencilla.
Un relato tierno y conmovedor que nos recuerda la adolescencia de cualquier escalador, los flirteos,  amores, en fin, sus tribulaciones con el sexo "débil", que todos, y todas, hemos vivido en esos años inquietos de la adolescencia.
Precisa y entrañable la memória de Doña Amelia Roy, viuda de otro personaje muy querido por nuestra generación, Rafael Montaner, el protector de los jóvenes escaladores, (yo mismo le debo muchísimos favores), siempre dispuesto a darles algún trabajillo en su fábrica o a financiar una cena en la noche zaragozana. Personalmente opino que un buen amigo es, en primer lugar, el que se ocupa de que estés bien alimentado, y aquella generación de compañeros de Alberto Rabadá tenían esto muy claro.
¡Bravo por los pioneros! 



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CUMBRE EN EL LISKAMM OCCIDENTAL
 4.479 m
Celebramos la esforzada ascensión de Andrés Benesiu y sus compañeros de Alicante y Almería en sus vacaciones alpinas en la región del Valais, a caballo entre Italia y Suiza.
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 En la Maladeta, en el Vignemale, nuestra amiga y colaboradora Ameli Pueyo ha completado un duro y exigente entrenamiento antes de partir de expedición al Mugzta Atta, de más de 7.500 m de altitud junto con sus compañeros Joaquín Muñoz y Lorenzo Pueyo. Seguro que lo van a conseguir y estarán con nosotros el próximo otoño de 2013 en Mezalocha organizando el Homenaje a Alberto Rabadá y Ernesto Navarro. ¡¡Suerte amigos!!

2 comentarios:

  1. me ha gustado mucho este relato, más que otros sobre escaladas y tragedias. nos acerca más la personalidad entrañable de estos grandes escaladores.
    mucha suerte para Amelia, Lorenzo y Joaquín!!!
    un saludo
    Félix

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  2. Mira Félix, a mi me da un no sé qué de que van a subir. Si las condiciones acompañan un poquito, claro.
    Un saludo.

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