Rafael
Montaner Aznar y Juan José Díaz Ibáñez
Boletín
de Montañeros de Aragón, 49-50, julio-octubre de 1958
Nota
previa de Pepe Díaz:
Siguiendo
la costumbre en anuarios anteriores, había previsto para este año machacar al
personal con el relato de nuestra primera ascensión a la norte de La Torre.
Pues bien, recabando en boletines de la época encontré un artículo sobre esta
escalada escrito por Rafael Montaner, cuyo contenido me ha parecido oportuno
sacar a la luz, transcribiéndolo íntegramente, no sólo por su valor histórico,
sino por el peculiar estilo de sus reseñas. A pesar de todo, me permitiré
añadir dos comentarios, por aquello del qué dirán.
Sería más
de mediodía de aquel 14 de agosto de 1958, cuando alcanzábamos la Brecha de
Rolando. Habíamos dormido por encima de Cotatuero, con la intención de llegar
al pie de La Torre esa misma mañana, pero una vez allí, nos dimos cuenta de que
esa posibilidad ya se había desvanecido. Así pues, nos desprendimos de las mochilas,
dispuestos a dar cuenta del almuerzo, o mejor dicho, a ingerir unas repelentes
salchichas, cuyo origen sospechoso era capaz de desanimar al náufrago más
hambriento, exceptuando a José Antonio Bescós, quien, a juzgar por la
expresión, parecía estar ante el más exquisito de los manjares.
Mientras,
el cielo se había ido encapotando seriamente, y al rato, un lejano trueno nos
ponía en antecedentes de lo que se venía encima. Con tal motivo, decidimos que
lo más prudente era bajar rápidamente hasta el cercano refugio de los
Sarradets, dejando el asunto para el día siguiente. ¡Vana ilusión!, en ese
momento se alzaba la voz de Alberto Rabadá negándose en redondo a variar los
planes, con toda su tozudez, que era mucha.
Y así se
organizó una discusión, que tal vez se hubiese inclinado a favor de Julián
Vicente y este servidor, únicos oponentes en principio. Pero todo quedaría en
tablas cuando José Antonio Bescós se ponía incondicionalmente al lado del Edil (alguna
influencia tendrían las salchichas), con el fervor del hincha más acérrimo. Así las cosas, sólo podía
sacarnos del atolladero Rafael Montaner, quinto componente del grupo.
Nuestro
improvisado oráculo, en ese momento totalmente concentrado en sacarse el
pañuelo del bolsillo con los dedos índice y pulgar, continuó impasible sin
hacer caso a nuestras ansiosas miradas, para, una vez rematada tan complicada
operación, dar con una solución tan sencilla como la de acompañar con todo el
material a nuestros esforzados camaradas hasta el pie de la pared, regresando
el resto de la tropa al refugio. Y para eso le han dado tanto bombo a un tal
Salomón.
En fin,
dicho esto, dejo el resto a su cargo, tal como anuncié al principio.
La Torre de Marboré
A las dos, dejamos a Rabadá y Bescós empezando la
escalada; nos quedamos viéndoles pasar horizontalmente hasta el pie del
impresionante diedro, que con sus cien metros casi forma la mitad del
itinerario y, cuando los perdemos de vista, ocultos por una faja, volvemos
reposadamente hacia el refugio de la Brecha de Rolando.
La intención de acostarnos temprano se retrasa algo
por la llegada de un grupo de compañeros de Zaragoza y una tormenta que
degenera en temporal, y que nos hace pensar que Bescós y Edil lo estarán pasando bien. De todas formas, a las ocho y media
ya estamos durmiendo Nanín y yo. Pepe
lo hace un rato después, y, entre sueños, le oigo decir con satisfacción, que
sigue lloviendo. Mis sanas intenciones son dormir hasta las tantas como siga el temporal.
Pero mis perezosos proyectos son turbados por el
señor Pérez, encargado del refugio, que a la voz de “Monsieur Montaner...
Monsieur Montaner, hay un cielo espléndido”, acompañado de un enérgico meneo,
me saca decididamente del sueño. Despierto a mis compañeros y abandonamos la
habitación, no sin cierta envidia hacia los que quedan haciendo honor a los
colchones de muelles. Desayunamos entre otras cordadas somnolientas y, después,
partimos hacia la pared provistos de unos palos que, a guisa de piolets, nos
servirán para cruzar las gleras y
neveros que, sin interrupción, forman el camino de aproximación.
A las siete, empezamos la escalada; alcanzamos la
base del diedro avanzando todos a la par por las sinuosas cornisas y
comprobamos, con desaliento, que a esta temprana hora ya se escurre agua por
toda la pared.
La otra cordada está empezando el paso horizontal
que aparta la vía del fondo del diedro. Han pasado la noche cerca del suelo en
un pequeño resalte al resguardo del agua. Nos saludan alegremente y empezamos
la parte de verdadera dificultad. Subo hasta una cornisa, ayudándome con tacos
de madera. La siguiente tirada la hace Pepe a libre con apuros, pues no en vano
el paso es de sexto grado. Nanín se
encarga de la desagradable tarea de recuperar el material.
Nos reunimos al principio del paso horizontal y
quedamos esperando que Bescós, en cabeza de la otra cordada, alcance un buen
sitio en la fisura que nos costó el año pasado una caída a cada uno, para que Edil, que lo asegura, pueda hacernos una
fotografía –que dice impresionante-. Naturalmente, la foto ha salido quemada y
desenfocada, pero, conociendo el sitio y con mucha imaginación, se ve que es
impresionante.
Empiezo
el paso horizontal. En vez de hacerlo en artificial, clavando por un desigual
resalte, como las cordadas que nos habían precedido, ya con Bescós, en 1957, lo
había pasado empleando el resalte para apoyo de pies, ayudándonos para
alcanzarlo con un pasamanos podrido; luego, continuamos horizontalmente a base
de incrustarnos a la pared y, casi sin respirar, para no perder el equilibrio.
Y esta era mi preocupación, que no estuviera el pasamanos..., y no estaba
Pero Edil
resuelve el problema alcanzando por el diedro otro resalte superior y
descolgándose hasta el de abajo en una especie de dulfer a lo sucio. Después, sigue el paso por el resalte, en esta
ocasión batido por una potente cascada de agua. Me evito la maniobra del dulfer gracias a una cuerda fija que nos
dejan, y desde el otro lado, recupero a mis compañeros asegurando sobre el
mismo pitón que nos sirvió el año pasado, al abandonar, para tender el rápel.
Al final de este paso, y tras una chimenea corta,
alcanzamos el resalte del vivac en las primeras horas de la tarde. Edil parte en aquel momento a reunirse
con su compañero y continuar otra tirada, supera dos extraplomos seguidos y,
después de otra travesía horizontal, alcanza la base de la chimenea que
desemboca en el Bouclier.
Como vemos que invertirán todo lo que queda de la
tarde en alcanzar la serie de cornisas y fajas que componen el Bouclier,
decidimos vivaquear allí mismo. Nos jugamos al chino el único saco de dormir que tenemos, alargando varias veces
las partidas para amenizar la tarde.
El intranquilizador cúmulo que, por la mañana, era
la única mancha que empañaba el cielo, como era de esperar, ha ido creciendo y,
a media tarde, un nublado amenazador cubre todo el cielo. La boira subiendo desde el valle tapa poco
a poco el circo de Gavarnie.
Al atardecer, oímos la voz de Bescós anunciando a
grandes voces, no sé si a nosotros solos o a toda la comarca también, que está
en el Bouclier; rato después, es Edil
el que da las voces con la misma noticia respecto a él.
Cenamos y nos acostamos con relativo confort. Desde
el interior de los sacos, contemplamos el cielo cada vez más despejado; por
abajo, al retirarse la boira, va
descubriendo, una a una, las luces de Gavarnie.
Sobre las siete, continuamos. Arranca Pepe, un poco
acartonado aún por el frío, superando
la fisura en una fatigosa y difícil tirada artificial. A su fin, nos tenemos
que reunir toda la cordada en difícil posición, pues no disponemos de
suficientes mosquetones. Sigo por los extraplomos bien provistos de pitones y
doy vista al paso horizontal que vuelve la vía al fondo del diedro.
Desde
la mitad de travesía hasta el final de la chimenea que sale al Bouclier,
incluida una plataforma donde hay que reunirse, se queda debajo de una potente
cascada. Nuestros compañeros ya nos han advertido que dejemos abundante ropa de
repuesto; así que subimos con lo imprescindible para no dejarnos la piel por la
roca.
A mitad de travesía, pido un chubasquero para
preservarme algo del chaparrón y no me quito los pantalones, porque la difícil
postura sobre un estribo lo hace imposible. Debe ser ridículo un individuo
colgado de una doble cuerda con gabardina, pero sin ninguna preocupación por la
estética sigo hasta la plataforma. Después de haber perdido el gorro de
plástico, en un apuro, alcanzo el punto de reunión.
El chubasquero sirve de bien poco; el agua entra
por el cuello y mangas y, la que se escurre por la cuerda que estoy asegurado,
pronto me deja empapado, como si no llevase nada.
Recupero primero a Pepe, que viene desconcertado
por el mal genio que me ha sacado el remojón. Cuando me alcanza, no lo piensa
nada y sale disparado hacia arriba entre el chorro de agua. A Nanín le tengo que pedir, por favor, que
deje las clavijas que estén duras, pero que ni me quitan el frío ni evitan el
mojarme, me hace aguantarle mientras despitona. Por fin le veo junto a mí y,
sin explicaciones, salgo imitando a Pepe hacia el Bouclier.
Arriba, Bescós y Edil se han pasado el día esperándonos y secando su ropa al sol;
cuando llegaron por la tarde sin ropa de repuesto, como nosotros, tuvieron que
vivaquear desnudos dentro de los sacos; pero, durante toda la mañana, se han
desquitado tomando el sol como lagartos. Cuando llego, ya no hay sol; un
nublado parecido al del día anterior lo ha ocultado. Me desnudo metiéndome en
un saco y, entretanto, aparece Nanín
con pinta de naufragio, que hace lo mismo que yo.
Deliberamos. Nuestra única ficha técnica consiste
en lo que cada uno recuerda del croquis aparecido en Altitude y el relato de Jean Ravier publicado en Montaña. Afortunadamente, la vía es
evidente, y Bescós continúa ahora con Pepe; mientras, Nanín y yo tiritando
dentro de nuestros sacos, somos consolados por Edil.
Al fin nos llega el turno. Me tengo que poner los
pantalones. Permanezco todo lo que puedo con las piernas rígidas para no estar
en contacto con la pana mojada, pero, cuando me agarro a la pared, ya no puedo
evitar la desagradable impresión. Espero en una cornisa muy plana y sigue Edil otro largo también entre agua, pero
que se puede atravesar rápidamente. Contemplo alborozado los espasmos de Nanín al ponerse los pantalones.
Continuamos varias tiradas más, todas de poca
dificultad, y alcanzamos a los otros al pie de un torrente que baja por un
diedro. Bescós está colgado, empeñado en subir por la pared seca de la
izquierda, pues la otra por donde claramente sigue la vía, es un chorro de
agua. Hacia la mitad, sin otro remedio ya, se tiene que meter por el fondo del diedro,
por donde alcanza a costa de otro remojón una faja diagonal. Sigue todo lo que
da la cuerda puesta sencilla, pero desde donde llega no alcanza a ver una
salida segura para aquella tarde. Así que, ante el temor de no poder salir en
el par de horas de luz que nos quedan, desciende Bescós y nos preparamos a
vivaquear otra vez en un confortable nido de cuervos, que rellenamos con las
hierbas y pajas subidas por innumerables generaciones de cuervos a otros nidos
menos amplios.
Nos repartimos equitativamente nuestras cortas
provisiones y el cansancio acalla las protestas del estómago, sumiéndonos en el
sueño.
Seguimos
al punto de la mañana; Edil y Pepe
abren la marcha. Subimos el diedro por el que casi no cae agua, y, mientras
recupero a mis compañeros, veo cruzar la otra cordada un paso cincuenta metros
más arriba. A partir de aquí, la dificultad decae totalmente; subimos una serie
de gradas y cornisas; después, una chimenea extraplomada, donde la abundancia
de presas llega a estorbar, y, poco más arriba, tropiezo con Pepe, empeñándonos
en discutir la mayor dificultad de las distintas vías que hemos seguido en el
último trozo. Como los estómagos vacíos no son buenos consejeros, viene Edil a poner paz y aplazamos la
discusión para la sobremesa. Seguimos todos hasta la cima, y, ya
en ella, recuerdo la diversidad de criterios que
había para esta fecha; unos querían ir a la playa de Salou a bañarse y, otros,
a intentar esta pared, y pienso, con regocijo, que todos nos hemos salido con
nuestra idea, nos hemos bañado y hemos hecho una buena escalada.
Nota
final de Pepe Díaz:
Hablando
en términos matemáticos, conviene aclarar que el reparto de víveres mencionado
al final del artículo, consistía en dos quesitos y una lata de sardinas
dividida entre cinco, cuya parte alícuota, no era precisamente como para tener
un detalle con el vecino.
Estas
curas de adelgazamiento, a las que muy a nuestro pesar nos sometíamos con
frecuencia, daban más bien resultados negativos, como puede apreciarse en la
foto del grupo. Pero tenían también, la parte positiva de provocar entre las
más allegadas féminas del club, cierto sentimiento protector, gracias al cual,
se establecía una especie de competencia gastronómica, muy celebrada en
aquellas salidas colectivas, a las que procurábamos no fallar, llevado por un
noble y desinteresado amor por la naturaleza.
Se
originaba así una corriente de simpatía entre benefactoras y damnificados, que,
en el peor de los casos, terminaba en la vicaría. Y, con esto, no pretendo
señalar a nadie, pues ya se sabe: Dios escribe derecho pero con renglón
torcido.
LA NORTE DE LA TORRE DE MARBORÉ (1977)
Veinte años más tarde de la ascensión de los escaladores aragoneses, la cara norte de la Torre de Marboré conservaba casi intacta su reputación de gran vía de escalada a pesar que en 1971 ya había conocido la primera ascensión invernal por los pirineístas franceses Louis Aoudubert, Raymond Despiau y Francis Tomas con dos vivacs en la pared y una fuerte tormenta de nieve que puso en serio peligro sus vidas. La madre de Francis me relataba la angustia que tuvo que pasar cuando en Gavarnie ya se temían lo peor. Pero por suerte todo acabó bien para los tres y poco a poco la norte de la Torre fue conociendo repeticiones, promocionada entre las mejores vías del Pirineo en el libro de Patrice de Bellefon "Las 100 mejores escaladas" .
En otoño de 1977 Jesús Ascaso, Francisco Estaún, Javier Avellano y yo escalamos aquella cara norte siempre austera y sombría pero bastante equipada con pitones y tacos de madera.
Tiene una hermosa travesía (El Escudo) bastante difícil, VIº, pero el resto era de un nivel donde los tres aragoneses y el madrileño Javier "El apañao" nos moviamos con soltura.
Los cuatro ibamos con botas de alta montaña, nada de "gatos". Yo mismo la subí con unas rígidas y pesadas Galibier "super guíde", muy adecuadas para las minúsculas repisitas pero no tanto para los pasos de adherencia que por fortuna eran pocos.
Creo que la pared en concreto nos costó unas seis o siete horas.
En el descenso Jesús Ascaso empezó a sufrir a causa de unas terribles ampollas. Claro, estrenaba botas. Recuerdo que caminaba descalzo por el sendero del Puerto de Bujaruelo con unas gruesas medias de lana. Creo que esta ascensión se la debemos a él, por llevarnos en un amplio coche que tenía entonces. En San Nicolás funcionaba una hospedería y nos tomamos una sólida merienda-cena antes de regresar a
Zaragoza muy contentos con nuestra magnífica escalada.
No llevábamos cámara de fotos en aquella ocasión. Aquí estoy con Javier Avellano, en la Sierra de Madrid. Javier Avellano murió de muerte natural en un refugio de la Sierra de Gredos en 2008.
Otro Javier, Olivar, amigo y compañero, guarda que fue del refugio de Góriz consiguió la 1ª invernal en solitario de la cara norte de la Torre de Marboré en 1990 y murió cinco años más tarde en la cumbre del K2. Una hermosa pared, esta "norte" y muchos recuerdos de nuestra vida montañera.
La cara norte de la Torre de Marboré fue intentada por vez primera en 1955 por los hermanos Jean y Pierre Ravier y Guy Santamaría. Una tormenta los empapó durante el vivac y tuvieron que descender. Al año siguiente Jean Ravier y Claude Dufourmantelle consiguieron la primera ascensión el 30 de septiembre de 1956. La segunda ascensión corrió a cargo de Jean Ravier, Raymond Despiau y Patrice de Bellefon.
Con Javier Olivar, primer escalador en solitario invernal de la cara norte de la Torre. Foto tomada en la cumbre de la LLena Garganta, 1979. Lo de la Torre pega bastante pues él se llamaba Olivar de la Torre. ¡Muy buen amigo!
¡SON CHOVAS, NO CUERVOS, SR. DÍAZ!
Largo y prolijo relato para doscientos y pico metros de escalada. Por suerte al final del verano las chovas ya han sacado adelante a sus polluelos y no tendrían que defender sus nidos de los "vivaqueadores" zaragozanos desvalijando las hierbecitas para prepararse su catre. Por fortuna las chovas son gritonas pero no atacan, a diferencia de los cuervos, pajarrucos ellos con muy mala virgen si se les molesta.
Foto: Eduardo Viñuales.
FELIZ NAVIDAD. SALUD, AMOR Y MUCHA PERO MUCHA MONTAÑA PARA 2013 .
Dos buenos amigos, una parejita simpática y feliz nos desean felices navidades. Marta y Alberto desde el imponente Moncayo que este invierno ya tiene un bonito manto de nieve.
Como todos los finales de año pienso subir a la cumbre con cuñados y amigos. Será el domingo 30 de diciembre. Inicio en el refugio municipal de Tarazona a las 09:00 A.M y sobre las 10:00 A.M en el Bar de la Hospedería (Santuario).
¡Ánimo, estais invitados, subiremos por la loma norte, la ruta más sencilla, a la derecha del Pozo de San Miguel! LLevad los hierros.
Otros amigos, Gregorio y Pilar, desde Pamplona, nos expresan su sentimiento navideño con la preciosa flor de nieve. Sencillez y pureza = Belleza.
BUITRES Y QUEBRANTAHUESOS, APRENDIENDO A DIFERENCIARLOS.
Buitre común o leonádo. Gyps fulvus. Cola corta y recta. Foto: Eduardo Viñuales.
Buitre quebrantahuesos. Gypaetus barbatus. Cola larga y romboidal. Foto: Eduardo Viñuales.
En estas fotografías tomadas en la zona sur de la Sierra de Guara se aprecian de manera inequívoca las diferencias morfológicas de estas dos aves carroñeras que habitan nuestras montañas.
EL ÁGUILA PERDICERA A PUNTO DE DESAPARECER EN LA SIERRA DE GUARA.
En 1985 había censadas cinco parejas reproductoras. En la actualidad, según asegura el director para Aragón de la Sociedad Española de Ornitología, SEO, en la Sierra de Guara no hay más que una sóla pareja reproductora de águila perdicera. Luis Tirado explica que esta soberbia rapáz no soporta la presencia de escaladores en sus hábitats de nidificación, de preferencia pequeños roquedos en la parte baja de valles y cañones. El águila perdicera escoje estas ubicaciones porque le es más comodo llevar sus presas en descenso. La escalada deportiva busca los mismos roquedos por su escasa entidad, nulo compromiso y por ser fácilmente accesibles desde pistas y senderos.