El Honor en el alpinismo. 
César Pérez de Tudela

Hace ya más de 40 años se produjo en España un espectacular aumento de la afición por las montañas motivado por una singular campaña en  la  televisión española promocionando el alpinismo.
Y lo que era una actividad de minorías comenzó a interesar a las mayorías.
En ese difícil trance de evolución se crearon protagonismos, envidias y recelos. Algunos se sintieron molestos por los acontecimientos, pensando que aquella pasión social desatada por la divulgación del alpinismo a la sociedad española, les podía restar presencia personal o prestigio social, transformándose la amistad y el mismo compañerismo tradicional -forjado en los duros vivacs y en las arriesgadas escaladas de imborrables recuerdos- en torpes enfrentamientos personales, quizás frecuentes en los negocios materiales, o en los poco nobles cometidos de la política con dudosos intereses de Estado, pero nunca antes en los ámbitos casi sagrados del alpinismo.
¡Qué gran error!
Se llegaron a producir innobles acusaciones y cobardes campañas de difamación, que el paso del tiempo ha ido suavizando o borrando de la memoria colectiva
Pero todavía, más de 40 años después, algunos -pocos- no han sabido superar el rencor y mantienen en alto las injurias, por no haber  comprendido el derecho al honor -aureola de respeto al semejante- necesaria y absolutamente unido al alpinista y al alpinismo.
Si el honor está en el alma de cada ser, quién lo tiene ganado por propio derecho es el alpinista que sube, lucha, siente y sueña sin perseguir más gloria que su vivencia, esa esencia de su misma existencia. Esa gloria que nos regalamos a nosotros mismos.
El honor es un sentido de respeto ganado en el ejercicio de la vida, día a día, escalada tras escalada, expedición tras expedición.
El honor incide en el alma y el alma es la misma esencia del ser.
El alpinismo siempre –sea cual sea su importancia- es un juego espiritualmente trascendente, tanto en las llamadas gestas, como en la simple lucha del principiante ante una pequeña escalada.
El honor es una cualidad de respeto, primero hacia tu propia intimidad y luego hacia nuestros compañeros -próximos o lejanos, amigos, rivales- o desconocidos. Es un crédito que nunca se pierde. No es un negocio, no es un valor mercantil, no es un mérito político que pueda influir en bolsa, sea cierto o imaginado.
Cualquier alpinista –independientemente de su categoría- es acreedor al honor, por su lucha, por su emoción y por su propia vivencia.
En mí libro “Crónica alpina de España” Ed. Desnivel 2005, afirmo en repetidas conclusiones que tributo un homenaje de admiración y respeto a tantos miles de escaladores y alpinistas –vivos o muertos- que ejercieron la vivencia del honor, ganado por ellos y para ellos mismos.
 Yo admiro los cuantiosos esfuerzos y los riesgos sobrellevados por tantos miles de montañeros anónimos o famosos, logrados para su propia gloria personal.
¿Quién podría negarla?
¿Cuál es la oscura intención del que trata de secuestrar el honor ajeno para mantener la soberbia de su conducta?
Ello solo sería explicable, razonablemente, en los recovecos de la mente del que espera ganancias materiales. Porqué ejercer el descrédito de los románticos compañeros de cumbres es más propio de la desacreditada política que del bondadoso idealismo filosófico del alpinismo.
Practicar el rencor, es una torpe obsesión impropia de quiénes solamente quieren sentir la vivencia, y mantener esta maniática obsesión durante casi medio siglo puede dañar al espíritu.  
Por ello ahora vuelvo a decir lo mismo que escribí hace 42 años en la revista “Cimas” y en el Diario “Ya”:
“Pido a todos, directivos del montañismo (Federación Española de Montañismo) amigos y menos amigos; que superemos las diferencias y volvamos a la senda de la amistad y de la camaradería, que brindemos con canciones, para que la montaña sea de verdad el Jardín de España y la escuela de mejores virtudes”…
Este cronista de la vida alpina, que estas líneas escribe, sabe de la zozobra y de la incertidumbre en el emocionante ejercicio de la escalada, cuando se ve sobre la grandiosa losa de granito, teniendo que decidirse a seguir paso a paso, en el aire abierto del riesgo, y allá abajo el compañero asegurándole en la distancia. Entonces es cuando nace esa verdad humilde del honor.
Las cimas son “cervinos” de la ilusión y fuente de la juventud permanente, siendo y ejercitando aquello que quisimos ser de niños.
Por ello mis capítulos de vida extrema, para mí extraordinarios, me instalan en el sentido completo de la paz y de la bondad.
He fracasado más veces que tuve éxito, y he confesado mis derrotas ante los demás.  ¿Acaso no he sido derrotado varias veces en el Everest y en tantas montañas más?
Y cuando he llegado por fin a la cima he sentido la imperiosa necesidad de dar gracias a Dios, ya que sin Él nunca habría podido ser el que soy, un superviviente que tras muchos fracasos ha podido saborear el triunfo.
Torpe, lleno de congoja, viendo muy abajo los campos cárdenos del miedo, he vuelto a salir al viento de lo abierto desde la cumbre, colgado de mi cometa roja y gualda, entre bandazos del viento y violentos zarandeos…
Y es entonces cuando vuelvo a dar gracias a Dios, que me sigue permitiendo, qué un ser débil como yo haya podido ver las cimas de la Tierra y vivir tantas situaciones límite que muchos humanos no podrían ni siquiera imaginar.
*cesarperezdetudela.com (web y blog)
Es Guía de alta montaña y Académico de España. Medalla de Oro de la Real Orden al Mérito Deportivo.