Homenaje a los escaladores Alberto Rabadá y Ernesto Navarro, en el cincuenta aniversario de su muerte en la cara norte del Eiger.

LA ASISTENCIA AL HOMENAJE ES LIBRE Y NO HAY NINGÚN INCONVENIENTE EN QUE, QUIEN LO DESÉE, PUEDA CENAR CON SUS PROPIOS ALIMENTOS AUNQUE PARA HACERLO EN EL CATERING DEL PABELLÓN ES IMPRESCINDIBLE LA RESERVA CON 25 EUROS.

¡NO FALTEIS, OS ESPERAMOS EN MEZALOCHA!



domingo, 23 de diciembre de 2012

CARA NORTE DE LA TORRE DE MARBORÉ.





Rafael Montaner Aznar y Juan José Díaz Ibáñez
Boletín de Montañeros de Aragón, 49-50, julio-octubre de 1958

Nota previa de Pepe Díaz:
Siguiendo la costumbre en anuarios anteriores, había previsto para este año machacar al personal con el relato de nuestra primera ascensión a la norte de La Torre. Pues bien, recabando en boletines de la época encontré un artículo sobre esta escalada escrito por Rafael Montaner, cuyo contenido me ha parecido oportuno sacar a la luz, transcribiéndolo íntegramente, no sólo por su valor histórico, sino por el peculiar estilo de sus reseñas. A pesar de todo, me permitiré añadir dos comentarios, por aquello del qué dirán.
Sería más de mediodía de aquel 14 de agosto de 1958, cuando alcanzábamos la Brecha de Rolando. Habíamos dormido por encima de Cotatuero, con la intención de llegar al pie de La Torre esa misma mañana, pero una vez allí, nos dimos cuenta de que esa posibilidad ya se había desvanecido. Así pues, nos desprendimos de las mochilas, dispuestos a dar cuenta del almuerzo, o mejor dicho, a ingerir unas repelentes salchichas, cuyo origen sospechoso era capaz de desanimar al náufrago más hambriento, exceptuando a José Antonio Bescós, quien, a juzgar por la expresión, parecía estar ante el más exquisito de los manjares.
Mientras, el cielo se había ido encapotando seriamente, y al rato, un lejano trueno nos ponía en antecedentes de lo que se venía encima. Con tal motivo, decidimos que lo más prudente era bajar rápidamente hasta el cercano refugio de los Sarradets, dejando el asunto para el día siguiente. ¡Vana ilusión!, en ese momento se alzaba la voz de Alberto Rabadá negándose en redondo a variar los planes, con toda su tozudez, que era mucha.
Y así se organizó una discusión, que tal vez se hubiese inclinado a favor de Julián Vicente y este servidor, únicos oponentes en principio. Pero todo quedaría en tablas cuando José Antonio Bescós se ponía incondicionalmente al lado del Edil (alguna influencia tendrían las salchichas), con el fervor del hincha más acérrimo. Así las cosas, sólo podía sacarnos del atolladero Rafael Montaner, quinto componente del grupo.
Nuestro improvisado oráculo, en ese momento totalmente concentrado en sacarse el pañuelo del bolsillo con los dedos índice y pulgar, continuó impasible sin hacer caso a nuestras ansiosas miradas, para, una vez rematada tan complicada operación, dar con una solución tan sencilla como la de acompañar con todo el material a nuestros esforzados camaradas hasta el pie de la pared, regresando el resto de la tropa al refugio. Y para eso le han dado tanto bombo a un tal Salomón.
 

En fin, dicho esto, dejo el resto a su cargo, tal como anuncié al principio.

La Torre de Marboré
A las dos, dejamos a Rabadá y Bescós empezando la escalada; nos quedamos viéndoles pasar horizontalmente hasta el pie del impresionante diedro, que con sus cien metros casi forma la mitad del itinerario y, cuando los perdemos de vista, ocultos por una faja, volvemos reposadamente hacia el refugio de la Brecha de Rolando.
La intención de acostarnos temprano se retrasa algo por la llegada de un grupo de compañeros de Zaragoza y una tormenta que degenera en temporal, y que nos hace pensar que Bescós y Edil lo estarán pasando bien. De todas formas, a las ocho y media ya estamos durmiendo Nanín y yo. Pepe lo hace un rato después, y, entre sueños, le oigo decir con satisfacción, que sigue lloviendo. Mis sanas intenciones son dormir hasta las tantas como siga el temporal.
Pero mis perezosos proyectos son turbados por el señor Pérez, encargado del refugio, que a la voz de “Monsieur Montaner... Monsieur Montaner, hay un cielo espléndido”, acompañado de un enérgico meneo, me saca decididamente del sueño. Despierto a mis compañeros y abandonamos la habitación, no sin cierta envidia hacia los que quedan haciendo honor a los colchones de muelles. Desayunamos entre otras cordadas somnolientas y, después, partimos hacia la pared provistos de unos palos que, a guisa de piolets, nos servirán para cruzar las gleras y neveros que, sin interrupción, forman el camino de aproximación.


A las siete, empezamos la escalada; alcanzamos la base del diedro avanzando todos a la par por las sinuosas cornisas y comprobamos, con desaliento, que a esta temprana hora ya se escurre agua por toda la pared.
La otra cordada está empezando el paso horizontal que aparta la vía del fondo del diedro. Han pasado la noche cerca del suelo en un pequeño resalte al resguardo del agua. Nos saludan alegremente y empezamos la parte de verdadera dificultad. Subo hasta una cornisa, ayudándome con tacos de madera. La siguiente tirada la hace Pepe a libre con apuros, pues no en vano el paso es de sexto grado. Nanín se encarga de la desagradable tarea de recuperar el material.
Nos reunimos al principio del paso horizontal y quedamos esperando que Bescós, en cabeza de la otra cordada, alcance un buen sitio en la fisura que nos costó el año pasado una caída a cada uno, para que Edil, que lo asegura, pueda hacernos una fotografía –que dice impresionante-. Naturalmente, la foto ha salido quemada y desenfocada, pero, conociendo el sitio y con mucha imaginación, se ve que es impresionante.
Empiezo el paso horizontal. En vez de hacerlo en artificial, clavando por un desigual resalte, como las cordadas que nos habían precedido, ya con Bescós, en 1957, lo había pasado empleando el resalte para apoyo de pies, ayudándonos para alcanzarlo con un pasamanos podrido; luego, continuamos horizontalmente a base de incrustarnos a la pared y, casi sin respirar, para no perder el equilibrio. Y esta era mi preocupación, que no estuviera el pasamanos..., y no estaba
 
Pero Edil resuelve el problema alcanzando por el diedro otro resalte superior y descolgándose hasta el de abajo en una especie de dulfer a lo sucio. Después, sigue el paso por el resalte, en esta ocasión batido por una potente cascada de agua. Me evito la maniobra del dulfer gracias a una cuerda fija que nos dejan, y desde el otro lado, recupero a mis compañeros asegurando sobre el mismo pitón que nos sirvió el año pasado, al abandonar, para tender el rápel.
Al final de este paso, y tras una chimenea corta, alcanzamos el resalte del vivac en las primeras horas de la tarde. Edil parte en aquel momento a reunirse con su compañero y continuar otra tirada, supera dos extraplomos seguidos y, después de otra travesía horizontal, alcanza la base de la chimenea que desemboca en el Bouclier.
Como vemos que invertirán todo lo que queda de la tarde en alcanzar la serie de cornisas y fajas que componen el Bouclier, decidimos vivaquear allí mismo. Nos jugamos al chino el único saco de dormir que tenemos, alargando varias veces las partidas para amenizar la tarde.
El intranquilizador cúmulo que, por la mañana, era la única mancha que empañaba el cielo, como era de esperar, ha ido creciendo y, a media tarde, un nublado amenazador cubre todo el cielo. La boira subiendo desde el valle tapa poco a poco el circo de Gavarnie.
Al atardecer, oímos la voz de Bescós anunciando a grandes voces, no sé si a nosotros solos o a toda la comarca también, que está en el Bouclier; rato después, es Edil el que da las voces con la misma noticia respecto a él.
Cenamos y nos acostamos con relativo confort. Desde el interior de los sacos, contemplamos el cielo cada vez más despejado; por abajo, al retirarse la boira, va descubriendo, una a una, las luces de Gavarnie.
Sobre las siete, continuamos. Arranca Pepe, un poco acartonado aún por el frío, superando la fisura en una fatigosa y difícil tirada artificial. A su fin, nos tenemos que reunir toda la cordada en difícil posición, pues no disponemos de suficientes mosquetones. Sigo por los extraplomos bien provistos de pitones y doy vista al paso horizontal que vuelve la vía al fondo del diedro.
Desde la mitad de travesía hasta el final de la chimenea que sale al Bouclier, incluida una plataforma donde hay que reunirse, se queda debajo de una potente cascada. Nuestros compañeros ya nos han advertido que dejemos abundante ropa de repuesto; así que subimos con lo imprescindible para no dejarnos la piel por la roca.

A mitad de travesía, pido un chubasquero para preservarme algo del chaparrón y no me quito los pantalones, porque la difícil postura sobre un estribo lo hace imposible. Debe ser ridículo un individuo colgado de una doble cuerda con gabardina, pero sin ninguna preocupación por la estética sigo hasta la plataforma. Después de haber perdido el gorro de plástico, en un apuro, alcanzo el punto de reunión.
El chubasquero sirve de bien poco; el agua entra por el cuello y mangas y, la que se escurre por la cuerda que estoy asegurado, pronto me deja empapado, como si no llevase nada. 
Recupero primero a Pepe, que viene desconcertado por el mal genio que me ha sacado el remojón. Cuando me alcanza, no lo piensa nada y sale disparado hacia arriba entre el chorro de agua. A Nanín le tengo que pedir, por favor, que deje las clavijas que estén duras, pero que ni me quitan el frío ni evitan el mojarme, me hace aguantarle mientras despitona. Por fin le veo junto a mí y, sin explicaciones, salgo imitando a Pepe hacia el Bouclier.
Arriba, Bescós y Edil se han pasado el día esperándonos y secando su ropa al sol; cuando llegaron por la tarde sin ropa de repuesto, como nosotros, tuvieron que vivaquear desnudos dentro de los sacos; pero, durante toda la mañana, se han desquitado tomando el sol como lagartos. Cuando llego, ya no hay sol; un nublado parecido al del día anterior lo ha ocultado. Me desnudo metiéndome en un saco y, entretanto, aparece Nanín con pinta de naufragio, que hace lo mismo que yo.
Deliberamos. Nuestra única ficha técnica consiste en lo que cada uno recuerda del croquis aparecido en Altitude y el relato de Jean Ravier publicado en Montaña. Afortunadamente, la vía es evidente, y Bescós continúa ahora con Pepe; mientras, Nanín y yo tiritando dentro de nuestros sacos, somos consolados por Edil.


Al fin nos llega el turno. Me tengo que poner los pantalones. Permanezco todo lo que puedo con las piernas rígidas para no estar en contacto con la pana mojada, pero, cuando me agarro a la pared, ya no puedo evitar la desagradable impresión. Espero en una cornisa muy plana y sigue Edil otro largo también entre agua, pero que se puede atravesar rápidamente. Contemplo alborozado los espasmos de Nanín al ponerse los pantalones.
Continuamos varias tiradas más, todas de poca dificultad, y alcanzamos a los otros al pie de un torrente que baja por un diedro. Bescós está colgado, empeñado en subir por la pared seca de la izquierda, pues la otra por donde claramente sigue la vía, es un chorro de agua. Hacia la mitad, sin otro remedio ya, se tiene que meter por el fondo del diedro, por donde alcanza a costa de otro remojón una faja diagonal. Sigue todo lo que da la cuerda puesta sencilla, pero desde donde llega no alcanza a ver una salida segura para aquella tarde. Así que, ante el temor de no poder salir en el par de horas de luz que nos quedan, desciende Bescós y nos preparamos a vivaquear otra vez en un confortable nido de cuervos, que rellenamos con las hierbas y pajas subidas por innumerables generaciones de cuervos a otros nidos menos amplios.
Nos repartimos equitativamente nuestras cortas provisiones y el cansancio acalla las protestas del estómago, sumiéndonos en el sueño.
Seguimos al punto de la mañana; Edil y Pepe abren la marcha. Subimos el diedro por el que casi no cae agua, y, mientras recupero a mis compañeros, veo cruzar la otra cordada un paso cincuenta metros más arriba. A partir de aquí, la dificultad decae totalmente; subimos una serie de gradas y cornisas; después, una chimenea extraplomada, donde la abundancia de presas llega a estorbar, y, poco más arriba, tropiezo con Pepe, empeñándonos en discutir la mayor dificultad de las distintas vías que hemos seguido en el último trozo. Como los estómagos vacíos no son buenos consejeros, viene Edil a poner paz y aplazamos la discusión para la sobremesa. Seguimos todos hasta la cima, y, ya
en ella, recuerdo la diversidad de criterios que había para esta fecha; unos querían ir a la playa de Salou a bañarse y, otros, a intentar esta pared, y pienso, con regocijo, que todos nos hemos salido con nuestra idea, nos hemos bañado y hemos hecho una buena escalada.

Nota final de Pepe Díaz:
Hablando en términos matemáticos, conviene aclarar que el reparto de víveres mencionado al final del artículo, consistía en dos quesitos y una lata de sardinas dividida entre cinco, cuya parte alícuota, no era precisamente como para tener un detalle con el vecino.
Estas curas de adelgazamiento, a las que muy a nuestro pesar nos sometíamos con frecuencia, daban más bien resultados negativos, como puede apreciarse en la foto del grupo. Pero tenían también, la parte positiva de provocar entre las más allegadas féminas del club, cierto sentimiento protector, gracias al cual, se establecía una especie de competencia gastronómica, muy celebrada en aquellas salidas colectivas, a las que procurábamos no fallar, llevado por un noble y desinteresado amor por la naturaleza.
Se originaba así una corriente de simpatía entre benefactoras y damnificados, que, en el peor de los casos, terminaba en la vicaría. Y, con esto, no pretendo señalar a nadie, pues ya se sabe: Dios escribe derecho pero con renglón torcido.





LA NORTE DE LA TORRE DE MARBORÉ (1977)
Veinte años más tarde de la ascensión de los escaladores aragoneses, la cara norte de la Torre de Marboré conservaba casi intacta su reputación de gran vía de escalada a pesar que en 1971 ya había conocido la primera ascensión invernal por los pirineístas franceses Louis Aoudubert, Raymond Despiau y Francis Tomas con dos vivacs en la pared y una fuerte tormenta de nieve que puso en serio peligro sus vidas. La madre de Francis me relataba la angustia que tuvo que pasar cuando en Gavarnie ya se temían lo peor. Pero por suerte todo acabó bien para los tres y poco a poco la norte de la Torre fue conociendo repeticiones, promocionada entre las mejores vías del Pirineo en el libro de Patrice de Bellefon "Las 100 mejores escaladas" .

En otoño de 1977 Jesús Ascaso, Francisco Estaún, Javier Avellano y yo escalamos aquella cara norte siempre austera y sombría pero bastante equipada con pitones y tacos de madera.
Tiene una hermosa travesía (El Escudo) bastante difícil, VIº, pero el resto era de un nivel donde los tres aragoneses y el madrileño Javier "El apañao" nos moviamos con soltura.
Los cuatro ibamos con botas de alta montaña, nada de "gatos". Yo mismo la subí con unas rígidas y pesadas Galibier "super guíde", muy adecuadas para las minúsculas repisitas pero no tanto para los pasos de adherencia que por fortuna eran pocos.
Creo que la pared en concreto nos costó unas seis o siete horas.
En el descenso Jesús Ascaso empezó a sufrir a causa de unas terribles ampollas. Claro, estrenaba botas. Recuerdo que caminaba descalzo por el sendero del Puerto de Bujaruelo con unas gruesas medias de lana. Creo que esta ascensión se la debemos a él, por llevarnos en un amplio coche que tenía  entonces. En San Nicolás funcionaba una hospedería y nos tomamos una sólida merienda-cena antes de regresar a 
Zaragoza muy contentos con nuestra magnífica escalada.

No llevábamos cámara de fotos en aquella ocasión. Aquí estoy con Javier Avellano, en la Sierra de Madrid. Javier Avellano murió de muerte natural en un refugio de la Sierra de Gredos en 2008.
Otro Javier, Olivar, amigo y compañero, guarda que fue del refugio de Góriz consiguió la 1ª invernal en solitario de la cara norte de la Torre de Marboré en 1990 y murió cinco años más tarde en la cumbre del K2. Una hermosa pared, esta "norte" y muchos recuerdos de nuestra vida montañera.
   La cara norte de la Torre de Marboré fue intentada por vez primera en 1955 por los hermanos Jean y Pierre Ravier y Guy Santamaría. Una tormenta los empapó durante el vivac y tuvieron que descender. Al año siguiente Jean Ravier y Claude Dufourmantelle consiguieron la primera ascensión el 30 de septiembre de 1956. La segunda ascensión corrió a cargo de Jean Ravier, Raymond Despiau y Patrice de Bellefon.



Con Javier Olivar,  primer escalador en solitario invernal de la cara norte de la Torre. Foto tomada en la cumbre de la LLena Garganta, 1979. Lo de la Torre pega bastante pues él se llamaba Olivar de la Torre. ¡Muy buen amigo!



¡SON CHOVAS, NO CUERVOS, SR. DÍAZ!
Largo y prolijo relato para doscientos y pico metros de escalada. Por suerte al final del verano las chovas ya han sacado adelante a sus polluelos y no tendrían que defender sus nidos de los "vivaqueadores" zaragozanos desvalijando las hierbecitas para prepararse su catre. Por fortuna las chovas son gritonas pero no atacan, a diferencia de los cuervos, pajarrucos ellos con muy mala virgen si se les molesta.
Foto: Eduardo Viñuales.
   


FELIZ NAVIDAD. SALUD, AMOR Y MUCHA PERO MUCHA MONTAÑA PARA 2013 .
Dos buenos amigos, una parejita simpática y feliz nos desean felices navidades. Marta y Alberto desde el imponente Moncayo que este invierno ya tiene un bonito manto de nieve.
Como todos los finales de año pienso subir a la cumbre con cuñados y amigos. Será el domingo 30 de diciembre. Inicio en el refugio municipal de Tarazona a las 09:00 A.M y sobre las 10:00 A.M en el Bar de la Hospedería (Santuario).
¡Ánimo, estais invitados, subiremos por la loma norte, la ruta más sencilla, a la derecha del Pozo de San Miguel! LLevad los hierros.    
 
Otros amigos, Gregorio y Pilar, desde Pamplona, nos expresan su sentimiento navideño con la preciosa flor de nieve. Sencillez y pureza = Belleza.





BUITRES Y QUEBRANTAHUESOS, APRENDIENDO A DIFERENCIARLOS.

Buitre común o leonádo. Gyps fulvus. Cola corta y recta. Foto: Eduardo Viñuales.



Buitre quebrantahuesos. Gypaetus barbatus. Cola larga y romboidal. Foto: Eduardo Viñuales.


En estas fotografías tomadas en la zona sur de la Sierra de Guara se aprecian de manera inequívoca las diferencias morfológicas de estas dos aves carroñeras que habitan nuestras montañas.




EL ÁGUILA PERDICERA A PUNTO DE DESAPARECER EN LA SIERRA DE GUARA. 
En 1985 había censadas cinco parejas reproductoras. En la actualidad, según asegura el director para Aragón de la Sociedad Española de Ornitología, SEO, en la Sierra de Guara no hay más que una sóla pareja reproductora de águila perdicera. Luis Tirado explica que esta soberbia rapáz no soporta la presencia de escaladores en sus hábitats de nidificación, de preferencia pequeños roquedos en la parte baja de valles y cañones. El águila perdicera escoje estas ubicaciones porque le es más comodo llevar sus presas en descenso. La escalada deportiva busca los mismos roquedos por su escasa entidad, nulo compromiso y por ser fácilmente accesibles desde pistas y senderos.


lunes, 17 de diciembre de 2012

"LAS BRUJAS" AL TOZAL DEL MALLO. LA VÍA FALLIDA DE ALBERTO RABADA






Juan José Díaz Ibáñez
Anuario de Montañeros de Aragón 1995-1996, 1996

La vía de las Brujas al Tozal del Mallo, en Ordesa, fue abierta por Alberto Rabadá, Ernesto Navarro y Juan José Díaz, los días 27, 28 y 29 de junio de 1963. Recorre la pared en su parte más alta, y es, sin duda, una de las grandes rutas clásicas del Tozal.

Las brujas de la vía (1962)
Aquel 27 de junio de 1962, no lo habíamos empezado con buen pie. Primero, Navarro tuvo que quedarse en Zaragoza por unas inoportunas anginas y ahora, por tercera vez, el coche nos dejaba tirados en la cuneta, un kilómetro antes de llegar a Sabiñánigo. A punto del infarto, veíamos alejarse al dueño del coche (un conocido de Alberto Rabadá), en busca de algún taller en el cercano pueblo. Nos costaba trabajo renunciar a la idea de hacer una nueva ruta en la pared sur del Tozal, después de casi año y medio planeando hasta sus mínimos detalles.
Sumido en mis negros pensamientos, casi no vi aparecer la furgoneta. De ella se apearon nuestro sufrido conductor y un mecánico gordito con cara de cachondo, enfundado en algo que debía ser un mono, a juzgar por las manchas. Se metió literalmente dentro del motor y, en menos que canta un gallo, dejó aquella cafetera como si fuera un fórmula uno. 

Horas más tarde, sin importarle los repechos del Cotefablo ni las curvas de entrada al Valle, nuestro rejuvenecido bólido hacía al fin su entrada en Ordesa, con el consiguiente alivio por nuestra parte.
Dispuestos a perder el menor tiempo posible, organizamos toda nuestra impedimenta. El calor era sofocante, pero preferíamos ignorarlo. Tampoco queríamos pensar demasiado en el costarrón que nos esperaba, así que, apenas sin comer, emprendimos la subida. Ya casi de noche, cargados como mulos, alcanzábamos la base del Tozal, dispuestos a vivaquear en la pequeña cueva que hay al pie de la pared.
A pesar del cansancio, aquella noche me costó conciliar el sueño... ¿Cómo íbamos a subir todo el peso? Al no venir Navarro, éramos sólo dos. Sumando nuestros bultos, teníamos: dos mochilones, un petate de comida y agua para tres días, todo el material de escalada... y una enorme cámara de 16 mm, que Rabadá se empeñó en subir a toda costa.
Ante la nueva situación, intenté convencerle para que la dejara. Inútil pretensión por mi parte: al amigo Alberto le había entrado un repentino furor por el Séptimo Arte y, por aquel entonces, debía de estar al borde del paroxismo.
El amanecer del día 28, nos sorprendió en plena faena. Había que aprovechar las horas frescas de unas jornadas en las que el calor era el denominador común. Buscamos con las linternas el inicio de la vía, trepando en libre hasta una plataforma. Poco después, veía a mi compañero remontar el primer largo, desapareciendo como un felino en la oscuridad. Le seguí y, a continuación, iniciaba el siguiente tramo, ya entre dos luces. Alcanzando una confortable repisa, tras instalar dos buenos seguros, comenzaba a izar uno después de otro los bultos. Esta sería la dinámica para los cuatrocientos cincuenta metros en desplome que teníamos encima.
Tras una sucesión de diedros y chimeneas de roca más que aceptable, entramos en una zona de fuerte dificultad. Estábamos contentos pues, para ser nueva la ruta, las cosas iban marchando.
 
El tiempo, en cambio, pasaba sin darnos cuenta, y el esfuerzo continuado bajo aquel sol implacable lo empezábamos a notar. La reserva de agua había mermado considerablemente, y así se lo hice notar a mi socio, pero él estaba por encima de estas miserias terrenales. Pegado a su inseparable Paillard, todo lo que no fuera escalar o filmar, carecía de importancia. Irónicamente, se me ocurrió decir que “estaba un poco harto de tanto cine”. Este comentario debió enojar a los Dioses del Celuloide, cuyo castigo sobre mí caería poco después.
Estaba a punto de superar un resalte, cuando empecé a notar con terror cómo la clavija sobre la que traccionaba se salía hacia fuera. En aquel momento, Alberto, completamente ajeno a mis apuros, gritaba desde abajo, mientras me filmaba: “¡Saca el cuerpo más afuera!”..., añadiendo con entusiasmo: “Esto va a ser lo mejor del reportaje”. No tuve tiempo ni de protestar. En un abrir y cerrar de ojos, todo giraba a mi alrededor en medio de un ruido de clavos y piedras sueltas. Cuando quise darme cuenta, estaba junto a él, colgando como un chorizo. Tenía las manos ensangrentadas y alguna magulladura, pero la cosa no pasó de allí. Viéndole la cara entre asustado y guasón, sólo pude exclamar: “¡Joder, qué oportuno eres!”.
Aprovechando la ocasión, hicimos un alto para comer algo. Apenas nos habíamos concedido un minuto de tregua, por lo que nos vino muy bien. Repuestos del incidente, Rabadá intentó relevarme, pero para mí era ya cuestión de amor propio y decidí continuar. Superado el resalte, escalé hasta agotar la cuerda, buscando un sitio cómodo donde asegurar. Una vez instalado, alcé la vista y –me avergüenza decirlo–, viendo lo que venía después, me alegré de no haber cambiado el orden. El siguiente tramo comenzaba con un muro extraplomado sin apenas agarres y con escasas fisuras, en su mayoría ciegas. Realmente, aquello no debía preocuparme, pues el fenómeno que tenía a mi lado era capaz de superar esto y mucho más. Tras una rápida ojeada, me traspasó la cámara con una sola recomendación: “Tú mira por el visor y aprieta el gatillo, lo demás ya está preparado”.
Y empezó a elevarse como si alguien le izase desde arriba. No era la primera vez que le veía actuar en situaciones comprometidas. Alberto era una máquina de escalar: resistencia, agilidad, intuición y fuerza eran elementos innatos en él. Absorto en sus evoluciones, atento a la maniobra con las cuerdas, filmaba cuando podía, sin advertir que el carrete se me había terminado... Esto nos llevaría a una pequeña bronca, a pesar de que yo ya le había dicho que tenía poco que ver con los hermanos Lumière.
Quedaba poco día y el cansancio empezaba a notarse. Los brazos se negaban ya a izar una y otra vez aquellas agotadoras cargas. Ahora, nuestro deseo era llegar a la plaza de Cataluña, esa gran cornisa ubicada en el centro de la pared. En el último largo, el petate se empotraba por enésima
vez en una chimenea. Rabadá tiraba con todas sus fuerzas desde arriba, pero sólo conseguía encajarlo más. La solución era dejarlo hasta el día siguiente, mas la cuerda de unión entre ambos también había quedado bloqueada en el atasco. Agotados todos los recursos, ya completamente de noche, debíamos tomar una decisión. No quedaba otra alternativa que intentar llegar hasta la chimenea, a riesgo de salir nuevamente por los aires. Sin pensarlo demasiado, con la linterna entre los dientes y con más miedo que alma, recorrí aquellos interminables metros.
Afortunadamente, no fue difícil deshacer el lío. Un alarido de triunfo anunciaría que mi compañero tenía el saco en sus manos. Yo aferrado a la roca más abajo, sólo escuchaba los latidos de mi corazón, a punto de salirse de mi cuerpo.
Vivaqueamos cómodamente en aquella inmensa cornisa, sin apenas prestar atención a la maravillosa perspectiva del Parque. La luna recién salida había inundado el valle con su luz misteriosa, pero, en aquellos primeros momentos, nuestra máxima preocupación era dar cuenta de una suculenta fritada, que mi querida cónyuge había preparado al efecto. Auténtica comida de diseño, con arreglo a la más moderna tecnología de entonces.
Cuando despertamos, nuestro desencanto no tenía límites: veíamos, con estupor, la imposibilidad de continuar verticalmente, ya que nos cerraba el paso un enorme techo, impracticable con los medios de aquella época. El más desconsolado era Alberto... Sin querer rendirnos a la evidencia, hicimos un flanqueo buscando el paso clave, pero la desilusión y el agotamiento habían hecho mella en nuestro ánimo, por lo que decidimos abandonar. Deseando acabar con la situación, iniciamos el descenso y, tras una serie de rápeles, pisábamos tierra firme al filo del mediodía.

Ya en el suelo, y una vez saciados el hambre y la sed en el cercano arroyo de Salarons, empezamos a ver la vida de otra manera. Fue en ese momento cuando Rabadá, recostado en la hierba y mirando fríamente al Tozal, dijo, como pensando en voz alta: “Esto está lleno de brujas”. Y éste es el origen del nombre del itinerario.

Nota: Como para confirmarlo, al cabo de unos días recibimos la película revelada, con una duración aproximada de dos horas. Había un pequeño inconveniente: por error en el diafragma, salió completamente velada.

Vía de “las Brujas” (1963)
Un año más tarde, esta vez con la inclusión de Ernesto Navarro, tal y como estaba previsto al principio, llegamos nuevamente al pie del Tozal. Alcanzamos, una vez más, la plaza de Cataluña y, tras el flanqueo previsto en el anterior intento, terminamos la ruta, llegando a la cima cerca del espolón oeste. Quedaba rota, por tanto, la idea inicial de una vía recta, lo que, por supuesto, no gustó a ninguno de los tres.
Tan contrariados nos sentíamos que decidimos regresar para enderezar la vía. Por desgracia, un mes más tarde, aquella promesa se quedaba para siempre con mis compañeros Rabadá y Navarro, en la pared norte del Eiger.










4ª ASCENSIÓN, PRIMAVERA DE 1973.
Jesús Vallés, leyendo una revista en la reunión, junto a Jean Pierre Mermillod que moriría ese mismo verano en el espolón Walker de las Grandes Jorasses 


Vibrante relato, plagado de emociones del veterano escalador Pepe Díaz. Deja de manifiesto que no fueron capaces de afrontar una salida directa por la cara sur y los techos que sobrevuelan la "Plaza de Cataluña" les obligaron a oblicuar hacia las inmediaciones del espolón oeste donde la pared ya no es tan vertical. Con todo es una vía magnífica con una primera parte difícil y sostenida y otra mucho más relajada una vez que se consigue superar el primer largo fuertemente extraplomado. Era mi primer vivac en pared y tras dejar equipado el extraplomo me descolgué mientras mis compañeros, desde la Plaza de Cataluña me "entraban" a la cornisa. De pronto las cuerdas del descuelgue se atascaron y quedé suspendido en el vacío atado con un nudo "as de guía" que enseguida comenzó a asfixiarme. Abajo mis compañeros nada podían hacer así que con todas mis fuerzas trepé a pulso esos quince metros salvando la vida aquella vez. Desde entonces siempre pongo cintas largas y abundantes mosquetones para que las cuerdas deslicen bien.
La 2ª ascensión de "Las Brujas" fue conseguida por la cordada del catalán César Comas. La 3ª por Louis Audoubert y Marc Galy. En la cuarta ascensión estuvimos Fernando Orús, Valentín Asensio y tres franceses que iban delante, Francis Tomas, Bernard Lacaze y Jean Pierre Marmillod. A éste último lo invitamos a escalar en Riglos pero no pudo ser. Ese verano murió con su compañero en el Espolón Walker de las Grandes Jorasses.





APOSTILLES A L´OUVRAGE JEAN ET PIERRE RAVIER. 60 ans de pyrénéisme.

Pierre Ravier en la "caverna"

Desde el Salón del libro de Pau recibimos esta obra para que los devotos del pirineísmo que ya posean el libro dedicado a los hermanos Ravier puedan deleitarse con las deliciosas y pormenorizadas explicaciones que nuestro amigo Pierre Ravier "apostilla" para cada una de las fotos que ilustran esa joya . Seis años han pasado desde la aparición de la obra de Jean Francois Labourie y Rainier Munsch "Bunny", ya fallecido.

APOSTILLES es una obra selecta, íntima y personal. Redactada por un hombre culto y delicado, un formidable escalador, apasionado por la cultura pirenaica, sus paredes y sus protagonistas. Pierre Ravier denomina "La Caverna" a ese rincón de su casa en Burdeos, el más apasionante archivo, museo o como pueda definirse. Para mi, que he tenido el placer de visitar esa "caverna" unas cuantas ocasiones, se trata de un auténtico santuario del pirineísmo donde consultar multiples escaladas de nuestra cordillera mientras Pierre y su esposa Maite, solicitos y hospitalarios, nos obsequían con un buen vino de Burdeos y unas ostras de Arcachon. Jean y Pierre, Pierre y Jean, lo mismo da. Son la lealtad y la comprensión personificadas, siempre atentos a recibir al amigo, siempre cuidadosos para visitarlo. Y es que como personas Jean y Pierre Ravier están a la altura de sus escaladas y con esto ya está dicho todo.

Editions du Pin á crochets
57 rue Carnot
Pau
France

editionspinacrochets.com 






AMIGOS DEL BLOG: DESDE LA VERTIENTE NORTE DE  SIERRA NEVADA. CIRCO DEL MULHACÉN.
La cara norte del Alcazaba vista desde la cara norte del Puntal de la Caldera.


Paloma llegando a la cumbre.



Nuestros amigos de Alicante y Almería intentaron estos días repetir la cotizada vía "Ruptura democrática". Ante las dificultades sobrevenidas optaron por un itinerario más cómodo en el "corral", circo norte, del Mulhacén. Es la vía "Mauleón" menos exigente.
Mi experiencia en esta vertiente se ciñe a dos rutas en la cara norte del Mulhacén y el Espolón norte del Alcazaba. ¡Nada que envidiar a los Pirineos! 




INVIERNO EN LOS PIRINEOS. POCA NIEVE Y MUCHO VIENTO. PICO CANALES 2.142 m, PETRUSO 2.189 m, CICUTAR 2.077 m.
Con Pedro e Ignacio, de Barcelona, Panchita y unos chicos asturianos hemos recorrido algunas cumbres menores al sur de Peña Telera pues en lo alto soplaban ráfagas de más de 100 kxh

Subida al Canales.





 Col de Peña Gabacha. En rojo la vía normal. En circulo "Panchita". Al fondo Telera.



El Espinazo del Diablo (Pilier S.O) a la Peña Retona 2.779 m es una preciosa ruta de dimensiones alpinas, 700 m de desnivel, buena caliza al principio, frágil y quebradiza en la cresta cimera. IIIº y IVº, equipada con una docena de pitones esperando una repetición invernal. 1ª ascensión, octubre de 2003, Gerardo Landa y Jesús Vallés. 14 horas entre subir y bajar desde Acumuer. Ya ha sido repetida por expertos escaladores que la catalogaron de "facilona" . ¡Muy bien! El día 8 de diciembre presentaba este magnífico aspécto desde el pico Cicutar.



La silueta fugaz de un sarrio se perfila en el horizonte. Nos recuerda que nuestras montañas están llenas de vida. Sarrio valiente, el frio y la nieve no te inquietan demasiado. Estás en tu casa, campeón.
Foto: Eduardo Viñuales
 




EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA EN ZARAGOZA.
RUWENZORI, MONTAÑAS DE LA LUNA.
Nuestros amigos Lorenzo Pueyo y Joaquín Muñoz presentan una exposición de fotos de su ascensión a estas exóticas montañas de Africa. Podrá contemplarse los jueves 20 y 27 de diciembre y el jueves 3 de enero en la sede de la Asociación Cultural "Tertulia Albada". c/ Fray Julián Garás nº 2, bajos (Junto al canal imperial)
de 20 a 22 h.  

 






¡¡RESTABLECIDA  UNA PERRITA ESCALADORA!! PITA VUELVE A LA NIEVE
Muy pocas cimas se le resisten a esta perra: Anayet, Balaitous, Brazato... y un largo etcétera de montañas en nuestros Pirineos, siempre acompañando a nuestro amigo Juanito de Panticosa. Este verano estuvo en tratamiento veterinario por problemas de salud. ¡Los años no pasan en balde, eh Pita! En este blog siempre hay sitio para perritos y otras mascotas que nos hacen compañía en este valle de lágrimas. Si supiera encordarse haría una cordada formidable con mi perra Panchita.
Nota: Observar el reflejo del agua en la foto. ¡Chulo eh!

lunes, 10 de diciembre de 2012

JOSÉ RAMÓN MORANDEIRA EN EL RECUERDO



Un joven José Ramón Morandeira atendiendo a Pablo Alcay y Alejandro Cortés, compañeros de expedición. José Ramón se sintió atraido por el mundillo de las expediciones. Tenía mucho que aportar. Nada menos que cuidar de sus compañeros, heridos o enfermos. ¡Muy bien, "J.R"!







Alberto Martínez Embid
Escritor y alpinista. Montañeros de Aragón

Jotaerre nos ha dejado…


El pasado 4 de noviembre, nos dejó para siempre el doctor José Ramón Morandeira. Quien, sin duda alguna, hubiera reservado un hueco en su apretada agenda para tomar parte en el Homenaje a Alberto Rabadá y Ernesto Navarro que desde esta tribuna se está preparando, tal y como se lo solicitó Jesús Vallés. Tampoco se puede poner en tela de juicio que el ahora desaparecido hubiera hecho un muy buen papel durante estas jornadas…
Por todos son bien conocidos los efectos de la pluma afilada y mordaz de Jotaerre, capaz de mostrar sin tapujos los aspectos más polémicos de nuestro deporte. A modo de modesto recuerdo, sirvan unas exiguas líneas de su trabajo sobre la “Proyección social del médico de una expedición”. De este modo nos lo contaba desde el Boletín número 39 de su club, Montañeros de Aragón, en el mes de octubre de 1979:

“[…] No hay duda de que una expedición representa una importante aportación económica para estas gentes, que repercute en beneficios de una forma muy directa. Un porteador suele cobrar unas doscientas cincuenta a trescientas pesetas por jornada de trabajo acarreando treinta kilos de peso durante la marcha de aproximación. Con ello algunos consiguen el dinero suficiente para vivir él y su familia el resto del año. Claro, que no tienen problemas con el índice de coste de la vida ni con la inflación. Pero si problemas de contrato laboral. Al efecto, se originan reyertas entre ellos para estar incluidos en una lista que confecciona el cacique del pueblo, según simpatías personales, inclusión que significa automáticamente el cobro de una comisión de cada uno. Estas reyertas se hacen extensivas entre los habitantes de los diferentes valles, dando lugar a riñas y enemistades pseudotribales.


”¿Qué es el médico para estos hombres? ¿Qué representa? Es difícil obtener una respuesta válida a estas cuestiones. Saben por otras expediciones que entre nosotros hay uno que conoce las enfermedades, entendido en píldoras y práctico en realizar curas. La noticia de su llegada se divulga rápidamente por todo el valle. El médico es esperado, se le va a buscar o incluso se traslada al enfermo desde otros poblados. El verdadero enfermo, el enfermo orgánico es el que suele iniciar el contacto con el médico; después, tras éste, se precipita una avalancha de otros enfermos o presuntos enfermos o curiosos simplemente en busca de la píldora mágica y uno se ve entonces desbordado por el gran número de pacientes a los que hay que atender […].
            ”Para un hombre poco instruido es difícil hacer una valoración subjetiva de su sintomatología y expresar correctamente sus dolencias. Así, estos hombres valoran casi exclusivamente el síntoma dolor; pero lo hacen de forma unívoca, olvidando o desdeñando sus matices y el resto de la sintomatología que es lo que llega a conformar un cuadro o entidad clínica concreta. Por experiencia sabemos que esto ocurre también algunas veces en nuestro medio ambiente. ¡Qué distinto es confeccionar una historia clínica a un paciente medianamente inteligente o a otro prácticamente inteligente o a otro prácticamente analfabeto! Claro que en ocasiones, esta incultura permite al médico actuaciones casi milagrosas. Recuerdo el caso de un hombre que sangraba aparatosamente por una pequeña rotura de una vena varicosa de una pierna, para cuyo tratamiento le habían colocado un torniquete precisamente por encima del punto sangrante, lo que como es lógico, favorecía y aumentaba la hemorragia con el consiguiente espanto y alboroto de cuantos se encontraban alrededor, pues no hemos de olvidar que según frase gráficamente aragonesa, la sangre es muy alparcera. No tuve más que retirar el torniquete y comprimir ligeramente con un dedo sobre la vena sangrante para que dejara de sangrar ante el aplauso, asombro y boato de los asistentes […]”.

            Sin duda alguna, todos vamos a echar de menos a Jotaerre. Y mucho.











VENTANA DEL CORONA DEL MALLO (TELERA)
 Fallido intento al Corona del Mallo 2.507 m (cima este de Peña Telera). El plan inicial era adiestrar a nuestro peculiar "cursillista" con piolet y crampones en uno de los corredores del Burrambalo o el Petruso pero allí no había nada de nieve. Se nos ocurrió intentar esta cumbre secundaria y visitar su espectacular "ventana". Tampoco pudo ser. El ritmo era insuficiente y a las dos de la tarde, a cien metros de la cumbre, se le despegó la suela de la bota al amigo Joaquín.
Por suerte pudimos apañarla con una cinta.

Ventana de Peña Telera.

Ameli va renqueándo un poquillo con su rodilla. No la quiere forzar demasiado. Es tarde y decidimos descender pòr la canal de Furcunfiecho. Hace un frio atroz y Lorenzo nos mete prisa.

Emprendemos la bajada pero nos equivocamos de canal. Por fortuna los cortados se pueden esquivar y llegamos todavía con luz a la capilla Santa Elena de Biescas (950 m)
Por fortuna el cortado se pudo sortear.






 
"SABOCOS-COMACHIBOSA", CRÍTICAS FAVORABLES.
RESEÑA POSITIVA EN EL HERALDO DE HUESCA.









LA ÉPOCA DE LAS GRANDES ESCALADAS
(1953-1960)

Reproducimos ahora una serie de relatos rescatados de los boletines del club Montañeros de Aragón. Cincuenta años más tarde incluso los alpinistas y escaladores de alto nivel se percatarán del tremendo coraje de aquellos pioneros. Empezaremos por un relato anónimo de la primera ascensión al Puro de Riglos.



Es por todos conocida la situación de los Mallos de Riglos. En el extremo occidental de la sierra de Loarre, a cien kilómetros de Zaragoza, y dominando el simpático pueblecillo de Riglos, se desarrolla una larga serie de majestuosos monolitos; el más importante de todos es el Mallo Pisón, colocado encima mismo de la iglesia, que parece peligrar bajo su enorme mole.
Y, en un flanco del gigantesco Pisón, que con sus trescientos metros vertiginosos parece un poco rechoncho por la extremada regularidad de su mole, sale a modo de hijuela una esbelta aguja, de ciento setenta metros de altura, de los cuales ciento veinte están unidos al Pisón, y los cincuenta restantes se yerguen limpiamente en una verticalidad que parece inestable... Es el Puro, con cuya conquista han soñado muchos y buenos escaladores, tres de los cuales han rendido el valioso tributo de su vida al pie del Pisón: Mariano Cored y Víctor Carilla que perecieron en la empresa, y Manuel Bescós que, después de haber conquistado en dura batalla la anhelada presa, fue vencido a su vez, otro día en el descenso del Pisón, al que había subido por la vía normal.
Pero dejemos las consideraciones a un lado, para entrar en una detallada descripción de características, fechas, datos, etc., utilizando en parte el material facilitado por Manuel Bescós después de su hazaña.


La roca que forma estos mallos es conglomerado rojizo, característico en Riglos y muy poco frecuente fuera de esta zona. Concretándonos al mallo que ahora se llama Francisco Franco, la composición es del tipo de pudinga fragmentosa con algún tramo de menos verticalidad de pudinga pugilario. El pudinga o conglomerado se caracteriza en general por su color rojizo, bastante abundante en presas y con muchas grietas para clavar, aunque a trozos está excesivamente descompuesto por la presencia de arcilla entre los fragmentos de roca, arcilla que los elementos atmosféricos van socavando. El tipo anagenita toma un color gris-pardo, tiene extraordinaria dureza por haber mayor abundancia de caliza, y son muy pocas las grietas que presenta para clavar. Su presa es muy pequeña, pero extraordinariamente segura.
El primer intento fue realizado el día 13 de julio de 1947, por una cordada del Frente de Juventudes de Huesca, formada por Cored, Martí, Esquiroz y Asín. Comenzaron el ataque por el extremo sudoeste, ganando unos treinta metros de altura, desde los cuales cayó el infortunado Mariano Cored. Fue recogido y trasladado rápidamente al pueblo de Riglos, en gravísimo estado, falleciendo poco después.
Este accidente frenó las actividades de los escaladores durante un par de años. En 1950, realiza tres intentos el Grupo de Escalada de Montañeros de Aragón, utilizando una grieta muy ancha que parte del mismo suelo en la pared oeste, cuya grieta continúa hasta el collado que separa el Pisón y el Puro. En el tercer intento, la cordada compuesta por Carilla, Serón y Millán alcanzó cincuenta y cinco metros, después de salvar lo que parecía ser la parte más difícil del comienzo: un fuerte extraplomo, muy descompuesto además. Pero, poco después, el primero de la cuerda, Víctor Carilla, se vino abajo con un gran trozo de conglomerado que se desprendió a su peso, partiendo la cuerda y ocasionando el segundo trágico suceso. Era el día 7 de abril de 1950.
La escalada del monolito, que ya se tenía conceptuada como muy difícil, creció en importancia a los ojos de los escaladores, que la consideraron como el máximo objetivo que podía alcanzarse.
En el año 1953, entra en acción un grupo de muchachos, encabezados por Manuel Bescós. Pertenecientes todos ellos al Grupo de Escalada de Montañeros de Aragón y a la Escuela de Montaña del Frente de Juventudes de Zaragoza, iniciaron una serie de tanteos en las dos vías abiertas por Cored y Carilla, así como un efectivo entrenamiento. En mayo de dicho año, se presenta en Riglos una cordada compuesta por Panyella, Ayats, Rosig y Salas, que consiguen llegar hasta el mismo collado, pero tienen que abandonar la empresa.


Un mes más tarde, llevan a cabo Bescós, Rabadá y López su primer intento; tras cincuenta y dos horas de esfuerzos continuos, tienen que abandonar también, a sólo quince metros del final, bajo los chubascos que les azotan desde la tarde del día anterior.
Y, por fin, la victoria. Comienza a las cinco de la tarde del día 12 de julio de 1953, la misma cordada que veinte días antes tuvo que abandonar. Salvan treinta metros de altura, iniciando el ataque por la vía Cored y pasando luego por una repisa horizontal a la grieta escogida por Carilla, que tienen que remontar un poco más. Dejan todo el material colocado, y dejan asimismo una pesada mochila con víveres y material. Un rápel los devuelve al suelo, marchando al pueblo de Riglos a dormir.
A las siete de la mañana del día 13, reanudan la lucha. Llevan otra mochila con agua, comida, sacos de dormir... Utilizando las clavijas colocadas la víspera en los puntos necesarios, suben rápidamente por una pared con pequeñas repisas superpuestas hasta alcanzar una cornisa relativamente amplia, que flanquean hacia la izquierda, hasta la grieta que han de recorrer en gran parte de su ascensión. Superan un fuerte extraplomo mediante dos clavijas, una escarpa y una pitonisa, y se encuentran a treinta metros, donde habían dejado la mochila el día anterior. Siempre por la grieta, donde las escarpas entran con facilidad y seguridad y salvando varios extraplomos, llegan a una amplia cueva, donde la cordada se detiene unos momentos para descansar y tomar un pequeño refrigerio.


Esta cueva es, en realidad, un gran ensanchamiento de la grieta que han venido siguiendo. Para superar el techo, casi horizontal, justifican el calificativo de escalada acrobática que se aplica a las ascensiones en Riglos. Comienzan con un paso de hombros para que el primero pueda alcanzar la posición de ramonage L y continúa horizontalmente, inmediato al techo de la cueva, sin casi grietas para clavar, alternando con la posición de ramonage X, según se presenta el citado techo, hasta salir al exterior y seguir subiendo por la grieta que llega hasta el mismo collado que separa el Pisón y el Puro. Están en la máxima altura alcanzada por la cordada de los catalanes dos meses antes, y como ya es noche cerrada preparan un vivac de circunstancias; llevan trece horas de dura escalada.
A la mañana siguiente, seleccionan el material que han de emplear, y dejan el resto en donde han pasado la noche. A las ocho de la mañana, comienzan la segunda parte por la pared interna, es decir, la que mira al Pisón, durante unos siete metros que están muy descompuestos, hasta colocarse debajo de una panza redondeada. El Puro se compone ahora de una serie ininterrumpida de balmas o panzas, de fuerte extraplomo la mayoría, con una pequeña repisa inclinada entre una y otra que, si bien permite un ligero descanso al primero de la cuerda, no admite al segundo para que le ayude. Todo el monolito está aplastado por la cara que mira al Pisón y por la opuesta, quedando dos aristas llenas de muescas y salientes.
 

La primera panza o saliente, se salva saliendo la cordada hacia la arista que mira al pueblo, que se ve a doscientos metros más abajo como un Nacimiento de juguete. Siempre por esta misma arista, alternan las panzas y los entrantes, sin que el conjunto pierda verticalidad. La presa es segura, y sin grietas; tienen que emplear estribos para colocar pitonisas, rellenando previamente los intersticios entre las piedras con tacos de madera. Las paredes presentan ahora escasísimas presas y además son casi nulas debido a su extrema redondez. Tras varias balmas, viene un trozo completamente vertical, liso, que es superado con relativa facilidad y que termina debajo del gran techo final, máxima altura alcanzada en el intento anterior. Las clavijas que habían servido días antes para sostener las cuerdas mojadas en el primer rápel de la retirada, aseguran ahora a la cordada, que se ha reunido para el último ataque.
Asegurando el segundo, el primero de cuerda sube sobre la doblada espalda del último y va clavando conforme se desplaza hacia arriba en este enorme extraplomo, el mayor que han encontrado. No tarda en quedar solamente colgado de las diminutas pitonisas y sigue, centímetro a centímetro, sobre el vacío, mientras la roca va ganando verticalidad hasta que, por fin, llega a la última cornisa; después de asegurarse, ayuda a subir al segundo, que a la vez juntos atacan el trozo final que, aunque bastante descompuesto, en contraste con lo que acaban de pasar, no resulta tan difícil. Y, oscureciendo, llegan a la cima. Aseguran la subida del tercero y, después de dar fervientes gracias a Dios, preparan el vivac, que se presenta sumamente problemático, debido a que el espacio disponible es de unos tres metros cuadrados y sin mucha horizontalidad.
 

Teniendo ante los ojos, por un lado el oscuro paredón del Mallo Pisón, y por el otro el profundo abismo, pasan lentas las horas esperando el amanecer.
Con las primeras luces del alba, depositan el libro registro, bautizan el Puro y, seguidamente, preparan el descenso. Con una escarpa y un anillo de cuerda, lanzan el primer rápel de cincuenta metros, que les deja en el collado, donde recogen el resto del material. De allí, con otro rápel también de cincuenta metros, llegan a la gran cueva, y lanzan un nuevo rápel, éste de veinte metros, hasta una cornisa que hay que recorrer horizontalmente para, desde allí, con todas las cuerdas, lanzar el último rápel hasta el suelo, donde esperan a nuestros héroes sus compañeros y los vecinos del pueblo, que han seguido ansiosos la escalada.  
Son las diez de la mañana del día 15. Desde las siete del día 13, que abandonaron el suelo firme, hasta este momento, son cincuenta y una horas las que han transcurrido; sumando las dos horas empleadas el día 12 por la tarde en preparar los treinta primeros metros, totalizan cincuenta y tres horas de escalada: el coste de una empresa que tres meses antes se hubiera tenido poco menos que imposible.
Los tres cansados escaladores, rodeados de la merecida admiración de vecinos y compañeros, se dirigen a dar gracias a la Virgen del Mallo por el favor que les ha dispensado. Y a la salida, en las mismas escaleras de la iglesia, se encuentran con los escaladores catalanes que vienen a conquistar el Puro creyéndolo intacto todavía, y que por los vecinos del pueblo se han enterado que ya está conseguida la primera escalada. Unos comentarios sobre la vía seguida, dificultades habidas, etcétera..., y nuestros escaladores se dirigen a tomar un bien ganado descanso, regresando por la tarde a Zaragoza.
En los dos días siguientes, Jorge Panyella y sus acompañantes efectúan la segunda ascensión. Se dio así la curiosa circunstancia de que el Puro,
considerado como inaccesible durante muchísimos años, se vio vencido dos veces en el transcurso de la misma semana.